El súper ministro del gabinete
Como la lógica lleva rato patas pa’ arriba en México, en estas semanas de transición la próxima presidenta pasa más tiempo no con su equipo cercano armando y desarmando escenarios, o barajeando nombramientos y citas, sino en una caravana con López Obrador.
El Presidente de la República le impuso a Claudia Sheinbaum un propedéutico que más bien es un tour de force. Andrés Manuel le hará recorrer con él todo el país en giras que le ocuparán tres de los siete días de la semana. Con ello le secuestra buena parte de la agenda.
Durante la campaña, Sheinbaum se propuso pisar los 300 distritos electorales. Todo un reto logístico que fue su coartada para racionar invitaciones en la capital, donde sólo estaba los lunes.
El intento de visitar todos los distritos se daba luego de dos giras por el país. Primero, cuando era “invitada” a hablar de sus logros en la CDMX, y luego cuando en la interna morenista hizo oficialmente proselitismo.
De forma que en más de un sentido Sheinbaum se fue deschilangando y actualizó su conocimiento de lo que pasa en el país. Todo con las reservas debidas en cuanto a la pluralidad de sus contactos regionales, dado que milita en un movimiento sectario por definición.
En la campaña electoral le pregunté (abril 10) qué había aprendido en esas giras. Me contestó que le quedaba claro que el movimiento era aún más grande que Morena, que de suyo ha capturado en sus diez años la mayoría de los espacios en el país.
El padre del movimiento decidió que la transición pasa por una larga gira del adiós donde la sucesora toma apunte de pendientes y compromisos que han de ser cumplidos o continuados. Reducirlo a imposición no hace justicia a lo que atestiguamos.
Claudia ganó la interna morenista y la elección presidencial por su identificación con AMLO. Ella lo tiene muy consciente. Y mes y medio después de los comicios, esa compenetración es mayor, en parte porque las mañaneras y las conferencias cada vez más frecuentes de Sheinbaum como virtual presidenta están alineadas con declaraciones siempre complementarias. Y en las giras, el cambio de estafeta amarra públicamente una continuidad pedida en las urnas.
Sin embargo, el problema es el trasfondo más allá de la escenificación permanente que ha sido el actual sexenio. La herencia del Presidente a su sucesora no es una economía creciendo al 6%, un sistema de salud funcional y una criminalidad sometida. Todo lo contrario.
La gira del adiós insufla emoción a los morenistas a costa de tiempo, energía y, obvio, margen de maniobra de Claudia para trazar la propia hoja de ruta que, buscando el santo grial que ahora llaman bienestar compartido, garantice que el experimento obradorista no colapse.
En tiempos críticos nadie tiene permiso para la ingenuidad. En la transición el personaje más importante es AMLO y la balanza no ha empezado a inclinarse hacia el lado de Sheinbaum. Y el gabinete es, como se preveía, transexenal con una densa sombra de Palacio en él.
Tanto que hasta un hijo del Presidente se apersona en la sede de campaña de Claudia en medio de la polémica entre el tabasqueño y Latinus, la plataforma que más ha difundido reportajes exhibiendo presuntos actos de corrupción de allegados a sus vástagos.
Los “jueves de gabinete” no ocultan la realidad política: el “ministro” que más ocupa la agenda y la energía de la próxima presidenta ni siquiera necesita nombramiento. Y a saber hasta cuándo durará eso.
Urge que la virtual presidenta electa sea dueña de su tiempo para hacerse cargo de lo que aprendió en campaña: que muchos, no sólo Morena, esperan mucho del movimiento, carga y expectativa de la que ella será la única responsable a partir de octubre.