La próxima Cuba o el exilio dorado
En 1998, Hugo Chávez, un joven y carismático militar que seis años antes encabezó un intento de golpe de Estado en contra del presidente Carlos Andrés Pérez, irrumpió en la escena política de Venezuela y arrasó con un 56% de los votos en las que quizá fueron las últimas elecciones libres y democráticas en ese país.
Con los principios del Foro de Sao Paulo, del socialismo del siglo XXI, bajo la manga, Chávez accedió al gobierno mediante la vía democrática para supuestamente desmantelar la democracia burguesa y entregar el poder a los pobres. Sin embargo, no fue así. Chávez llenó de privilegios a los militares y el Ejército extendió su poder y sus áreas de influencia y se coronó como la base del proyecto cívico y militar del chavismo. Ahora, Venezuela, el país que conserva el mayor número de reservas probadas de petróleo en el mundo, está instalado en una permanente crisis política, social y económica para la cual no se ve fin, ni mucho menos señales de cambio.
Y aunque el pasado fin de semana la oposición venezolana apostaba a que el hartazgo ciudadano hacia un régimen corrupto, la miseria y la hiperinflación se traducirían en el triunfo mediante el voto en las urnas, la realidad es que es imposible ganarle a un dictador con sus propias reglas y en su propia cancha, más cuando el árbitro del partido está del lado del equipo rival. Porque el Consejo Nacional Electoral y el Poder Judicial secuestrados por el chavismo difícilmente serán imparciales, pues eso sería darse un tiro en el pie.
Lo que ocurrió en las elecciones de Venezuela fue la crónica de un fraude eterno: Nicolás Maduro, que tomó el poder pese a acusaciones de fraude en los comicios de 2013 y 2018, volvió a repetir la receta. Una semana antes de los comicios, sondeos independientes daban al opositor Edmundo González Urrutia una cómoda ventaja de más de 40 por ciento y encuestas de salida como la de Edison Research realizadas el día de la elección apuntaban un triunfo de 64 por ciento de la oposición contra 31 por ciento de Maduro.
Por arte de magia y contra toda lógica, Maduro remontó en un tris y se colocó, según datos del Centro Nacional Electoral, con 51.2 por ciento contra 44.2 de González Urrutia. Las acusaciones de fraude y de desaseo en la jornada no se hicieron esperar. Observadores electorales fueron echados de sus puestos, el cotejo de actas y votos no cuadra y Maduro no entrega pruebas de su “victoria”.
Como estará la cosa que Steve Levitsky, experto en democracia de la Universidad de Harvard, afirmó que las elecciones del pasado domingo en Venezuela fueron “uno de los fraudes electorales más atroces de la historia moderna de América Latina”, según declaraciones recogidas por The New York Times.
Pero la estafa no opera por sí sola. Un envalentonado Maduro ya amenazó con un baño de sangre con tal de conservar el poder porque detrás de él están el Ejército, Rusia, Irán y China, que respaldan incondicionalmente al régimen chavista, que ha provocado el éxodo de 7 millones de venezolanos y ha sumido a más del 90% de los habitantes de ese país en la miseria.
No es nada halagüeño que Venezuela esté junto con Cuba, Nicaragua y Haití entre los únicos cuatro países en América que tienen regímenes autoritarios y dictatoriales, similares a los gobiernos militarizados de 25 países africanos, de acuerdo con la organización Freedom House, que promueve la democracia, la libertad política y los derechos humanos.
Los grandes culpables y sostenes de estos asesinos y dictadores son las Fuerzas Armadas y las policías, que han respaldado activamente la erosión de las instituciones democráticas. Realmente no hay una conciencia de humanismo ni decencia ni conciencia ni humildad ni apoyo al pueblo. ¿Dónde está la lealtad de las Fuerzas Armadas? ¿Es con un personaje o con millones de compatriotas?
Después de 25 años de chavismo, Venezuela inicia el camino para convertirse en la próxima Cuba y se aísla del resto del mundo y de la democracia… o las Fuerzas Armadas finalmente deciden respaldar a la población y obligan al dictador sanguinario a suscribir un acuerdo para su dimisión y exilio dorado en Turquía o Brasil.
SOTTO VOCE
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