Terminó la pesadilla
Desde esta madrugada Claudia Sheinbaum es presidenta de México. La primera jefa de Estado en más de 200 años de vida independiente, junto con Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, líder de una de las 15 economías más fuertes del mundo, se convirtió también –como observó el Financial Times, el diario económico más influyente que existe– en una de las mujeres más poderosas. Sin embargo, la duda prevalece en México y en otras naciones: ¿podrá sacudirse de encima a su mentor, Andrés Manuel López Obrador?
Su transición fue de pesadilla. López Obrador se apoderó de su agenda y le quitó tiempo útil al llevársela a su gira nacional de despedida. Incluso, programó una reunión con ella en vísperas de la toma de posesión para hablar sobre encargos de último minuto –como la corrupción interna– y decirle cómo resolvió y enfrentó problemas. López Obrador y sus principales colaboradores asumían que Sheinbaum no tenía el capital político del que él gozó para sortear la protesta social, confrontar a los medios o presentar otros datos para neutralizar la realidad.
Sheinbaum no ha estado contenta con su proceder, pero tuvo que hacer un extraordinario ejercicio de tolerancia y soportar humillaciones, para tener un cambio de gobierno lo menos ríspido posible. Su prudencia, sin embargo, tuvo costos de imagen, expresados en una feroz ridiculización de ella en las redes sociales y dudas en la prensa internacional. Al haber estado tanto tiempo a la sombra de López Obrador, sin el protagonismo de otros que fueron cercanos a él, no hay un conocimiento a fondo de su personalidad.
La Presidenta no es la sumisa que algunos creen. Su temperamento siempre tiene el mercurio alto y en reuniones privadas, en comparación con López Obrador, mientras él desdeñaba asuntos importantes porque no interesaban y en ocasiones se comportaba de manera frívola, ella se mete a los detalles, pregunta mucho hasta quedar satisfecha y cuando ha escuchado voces que la contradicen, aunque tengan razón, se disgusta tan fuerte que incluso les deja de hablar por días, aunque después los reivindica.
Carácter es lo que va a necesitar de ahora en adelante, y mucha inteligencia. Con su mentor deberá tener un cuidado extremo para que no piense que existe un deslinde –el narcisismo de López Obrador lo hace un ser muy sensible–, y en cuanto a las imposiciones de sus guardias rojos en el gabinete y en el staff de la Presidencia, tendrá que dejar que pasen los meses, quizás hasta un año, para irse sacudiendo al ala radical obradorista que la perjudica –por su radicalización– más que la ayuda.
Su visita a Acapulco este miércoles, que es un primer deslinde de su antecesor al mostrarse como una jefa de Estado atenta a la gente y a sus necesidades –contra la notable falta de empatía que tuvo López Obrador–, será también la primera prueba para medir cuántos demonios trae el expresidente en la cabeza y el estómago, y le permitirá analizar qué tanto puede ir mostrándose diferente a él y a qué velocidad, sin antagonizar con él ni con sus radicales incondicionales.
Sheinbaum no tiene muchos márgenes de maniobra política. Por el momento tiene menos lealtades que el presidente, que en la última semana en Palacio Nacional recibió la visita de gobernadoras y gobernadores de Morena que le fueron a expresar lealtad. Sorprendente en varios de ellos fue que cuando López Obrador sugirió que no se iría plenamente a la jubilación y que consideraría compartir su tiempo entre Palenque y la Ciudad de México, le dijeron estar listos a su llamado. Este tipo de traiciones institucionales son con las que tendrá que lidiar Sheinbaum para ir sofocando pasiones, al tiempo de ir sorteando el terreno sembrado de minas económicas que le dejó el presidente.
El futuro es incierto y tiene como siguiente estación la presentación del presupuesto en noviembre, donde los ojos de los mercados estarán puestos en el déficit fiscal para el próximo año. Para éste, el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, está buscando bajarlo del 6% que tiene previsto ahora, pero para el próximo apuesta por uno de 3%, que significa un recorte en el gasto público de unos 800 mil millones de pesos, lo que podría detonar una recesión, porque el crecimiento pudiera ser de 0.5%. Es un riesgo que Sheinbaum tuvo que aceptar en una reciente reunión con Ramírez de la O, porque la alternativa era su renuncia antes de iniciar su siguiente periodo como titular de Hacienda.
Sheinbaum arranca su gobierno en una especie de encrucijada, porque a la vez que enfrenta una situación de alta complejidad y falta de recursos que le impiden dar resultados en plazos corto o mediano, se ha generado una muy alta expectativa sobre ella.
Una encuesta que dio a conocer De las Heras/Demotecnia el domingo, revela lo que esperan los mexicanos de su Presidenta. El 61% de los encuestados votó por ella, pero 70% de quienes respondieron dijo que confía en ella, contra sólo 28% que desconfía. El 66% dijo tener una buena opinión de ella y 75% consideró que a México le irá mejor con Sheinbaum. No hay rubro donde las expectativas estén por debajo de 70%, salvo en seguridad, el principal problema que ven los encuestados, aunque 67% estima que sí estará mejor que con López Obrador.
Sheinbaum no puede dar resultados inmediatos, pero tendrá que administrar las expectativas mediante acciones que cambien las percepciones. A quien la señalan de ser manejada por López Obrador, la gira en Acapulco es su primera respuesta. Si el tema de mayor preocupación es la inseguridad, necesita un golpe efectista casi de inmediato. López Obrador demostró que tenía una mano firme (y autoritaria) para gobernar, y ella tiene que dar pronto un fuerte golpe de mano sobre la mesa para evitar que empiecen a calificarla como débil y los guardias rojos obradoristas la acusen de flaqueza. A su favor juega que no tiene que romper con su mentor para mandar el mensaje de que ella sí es diferente.