Trump: la amenaza
Cada semana recibo llamadas y cuestionamientos de empresarios, académicos y todo tipo de personas, acerca de la eventual, potencial, victoria de Donald Trump.
Para sorpresa y asombro, escucho con frecuencia a directivos de empresas e inversionistas que van afirmando las enormes ventajas por el triunfo republicano.
A todos desmiento y con todos disiento.
Donald Trump representa una autentica amenaza, no sólo para la democracia americana, bastante devaluada despues de su paso por la Casa Blanca (2016-2020), sino para el mundo.
Trump representa los máximos antivalores de la política en cualquier rincón del mundo.
Muchos de ellos inherentes a su propia persona, carente de ética, abusador continuo, criminal convicto, violador de la ley, mentiroso patológico, incapaz del servicio a otros, mucho menos a sus conciudadanos, a los que desprecia.
Pero representa, además, el viraje al conservadurismo más oscuro de los últimos 50 años en el escenario político estadounidense. Tal vez desde la feroz lucha por los derechos civiles en los años 60, bajo el liderazgo del inolvidable Martin Luther King y la importante labor reformista de Lyndon B. Johnson –en busca, por supuesto, de su reelección como presidente–, Estados Unidos no había enfrentado de forma tan abierta, descarnada y polarizante la confrontación por dos visiones de país tan radicales.
Los republicanos radicales, los que están dispuestos a aplastar a la oposición aunque tengan que atropellar el derecho, han conformado una estrategia de renovación de jueces y magistrados judiciales en cortes federales y de distrito, con perfiles radicalmente conservadores.
Es decir, han dado un viraje a la impartición de justicia, en contra de derechos y libertades garantizadas en la Constitución. El más evidente es el aborto, entre otros varios.
Esa revolución judicial, silenciosa y de bajo perfil, ha estado en manos de Mitch McConell, el líder republicano en el Senado desde hace casi una década.
Desde ahí se han impulsado los nombramientos y aprobación de docenas de jueces en todo el país que responden a esta forma de pensamiento y ejercicio judicial.
Trump es el representante político de ese movimiento conservador.
Para ellos, los migrantes encarnan la mayor amenaza al american way of life, y para conservar ese estilo de vida americano, mantener a los hispanos, afroamericanos y asiáticos como minorías sin cargos o puestos relevantes de decisión ciudadana, política, estatal o municipal, han ejercido este control en las cortes a todos los niveles.
Y la razón es que la demografía no miente. Las curvas ascendentes de la población hispana y asiática apuntan –todas unidas– a desplazar al tradicional blanco anglosajón como el segmento mayoritario en la población.
Pierden, gradualmente, el control del país.
Eso es lo que ha guiado la manipulación judicial del senador McConell por una década.
Donald Trump es un empresario ambicioso, fraudulento (seis veces en chapter eleven, por quiebra de varias de sus empresas, para quedarse con beneficios y que sea el gobierno quien liquide operaciones), mentiroso compulsivo, misógino gigantesco, que alguien tuvo el desacierto de convertirlo en estrella de televisión, ofrecerle un entrenamiento y transformarlo en este monstruo mediático que se cree todas sus falsedades.
Si Trump regresara a la Casa Blanca sucederían de inmediato varias consecuencias globales: Putin tomaría control de más de un tercio de Ucrania y le impondría condiciones humillantes para la cesión de su territorio; las tensiones comerciales y políticas con China se incrementarían; habría ataques coordinados entre Israel y EU hacia Irán y el bloqueo comercial y petrolero consecuente; la OTAN se vería gravemente disminuida, debilitada y menospreciada por Estados Unidos; el eje del mal, llamado así por algunos politólogos, Trump-Putin-Kim Jong-un dominaría la escena mundial, dejando a las democracias europeas (Francia, Gran Bretaña, Alemania, los países nórdicos, España) en franca desventaja.
El Medio Oriente y la ofensiva de Netanyahu recibiría un respaldo indiscriminado, cerrando los ojos ante las ya existentes matanzas y exterminaciones.
Para México, Trump impondría de inmediato –lo declaró hace unos días– el cierre de la frontera. Y ahí empezarían las condiciones y el sometimiento de políticas migratorias, de seguridad, de combate al narcotráfico dirigido, supervisado, por el Pentágono. Vendrían severos condicionamientos comerciales, en terrenos donde hoy hay tensión: el maíz, la energía, las autopartes, la creciente presencia de capitales chinos en México.
Imaginen ustedes, conociendo la misoginia cavernaria de Trump, el trato que ofrecería a nuestra recién asumida presidenta Sheinbaum.
A quien no le guste Kamala Harris, para quien afirma que no está suficientemente preparada o que sus discursos son confusos y rebosantes en sonrisas: sería la mejor opción para el mundo y para México.