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Atrapados entre el conflicto y los desastres naturales, Cabo Delgado lucha por empezar de nuevo

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“Cualquier ráfaga de viento me asusta. Temo que vuelva a ocurrir algo similar”, explica Abudo Chuado. Acompañado por su mujer y sus tres hijos, Abudo habla frente al refugio improvisado de paja y palos que ahora es el hogar de la familia en la comunidad de Nanguasi, Mecufi, un distrito del norte de Mozambique que se vio muy afectado por el ciclón Chido a mediados de diciembre.

La devastadora tormenta —que según las autoridades mozambiqueñas ha causado más de 120 muertos, ha destruido decenas de miles de viviendas y ha afectado a más de 687 mil personas y 116 hectáreas de tierras de cultivo— ha añadido otra capa de complejidad a la población local de Cabo Delgado, a la que pertenece Mecufi, una provincia ya devastada por años de conflicto.

“La mayor parte del tiempo me siento triste. No saber qué comer y vivir con la incertidumbre del mañana me deja sintiéndome impotente”. Abudo añade que tiene pesadillas todas las noches. Otros residentes de Mecufi, que también han perdido a seres queridos, posesiones materiales o medios de vida, explican que sufren dolores de cabeza, dificultades para dormir y otros problemas. El impacto psicológico ha sido profundo.

“Muchas personas de las comunidades están traumatizadas por la tragedia y tratan de encontrar fuerza para salir adelante”, dice Basilio Jamal, un consejero de salud mental del equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) que está llevando a cabo actualmente una respuesta de emergencia en Mecufi.

Desde la última semana de diciembre, MSF realiza actividades de salud mental en algunas comunidades afectadas para ayudar a la población a desarrollar resiliencia y hacer frente a las consecuencias del desastre.

“Algunas personas sufren pesadillas y dificultades para comer o dormir. Para quienes han perdido a algún familiar, reconstruir sus vidas es aún más difícil, ya que a menudo se ven marcados por una profunda tristeza, fuertes y frecuentes dolores de cabeza, palpitaciones cardíacas y depresión”, afirma Basilio. MSF también está dando apoyo a los trabajadores de la salud, quienes “a menudo se ven directamente afectados por los desastres, lo que dificulta aún más el trabajo de cuidar a los demás”.

Según datos oficiales, el ciclón ha dañado 52 centros de salud, destruyendo ampliamente techos, equipos y medicamentos, y ha dejado muchas estructuras apenas funcionales en el mejor de los casos. El personal médico que permanece en el lugar está desbordado y trabaja con recursos limitados.

Desde el inicio de la intervención hasta el 5 de enero, los equipos de MSF han llevado a cabo sesiones de asesoramiento y formación en primeros auxilios psicológicos con 32 miembros del personal del Ministerio de Salud y agentes de salud comunitarios, así como sesiones de psicoeducación, grupos psicosociales y consultas individuales con 106 supervivientes en diferentes localidades del distrito de Mecufi.

Este desastre natural se suma a la fuerte huella que tanto la violencia prolongada como la crisis climática están teniendo en esta región de Mozambique.

Los ataques y las operaciones militares continúan sin cesar en diferentes zonas de Cabo Delgado, donde más de 570 mil personas siguen desplazadas por el conflicto que comenzó a finales de 2017.

Esta provincia y otras zonas de Mozambique son muy propensas a sufrir ciclones, tormentas tropicales e inundaciones, fenómenos que parecen ir aumentando en frecuencia e intensidad en uno de los países de África considerados más vulnerables a la crisis climática.

Chido es solo el último ciclón devastador que ha golpeado Mozambique en los últimos años. En 2019, los ciclones Idai y Kenneth golpearon en espacio de semanas y el segundo fue especialmente impactante en Cabo Delgado, donde dejó a decenas de miles de personas desplazadas. En 2023, el ciclón Freddy tocó tierra dos veces en diferentes provincias y se convirtió en una de las tormentas más duraderas e intensas jamás registradas, provocando también varios brotes de cólera posteriormente.

“La urgencia de dar respuestas integradas que aborden no solo las necesidades físicas sino también el bienestar mental de las comunidades afectadas es fundamental para garantizar que las poblaciones vulnerables puedan recuperarse y reconstruir sus vidas ante los desastres climáticos cada vez más frecuentes”, afirma Luisa Suárez, coordinadora médica de MSF.

Más allá de la salud mental, MSF está ayudando a rehabilitar el centro de salud de Mecufi, donando kits de emergencia, instalando sistemas de agua potable y realizando reparaciones eléctricas para restablecer servicios como la maternidad y la sala de partos, que son esenciales ya que de lo contrario los pacientes tendrían que ser derivados a estructuras de salud distantes. Entre el 30 de diciembre y el 5 de enero, se han realizado aquí 845 consultas ambulatorias y se ha tratado a 145 pacientes con diarrea acuosa aguda y a 68 con malaria, dos enfermedades comunes tras los desastres climáticos debido a la aparición de mosquitos en aguas estancadas y a la falta de acceso de la población a agua potable.

Los equipos también están realizando actividades de sensibilización sobre la prevención de estas enfermedades, en las que han participado 367 personas, y esta semana hemos empezado a prestar apoyo a otro centro de salud, en la localidad de Nanlia, en el distrito de Metuge, también una zona muy afectada.




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