PFAS en el agua, una amenaza invisible en México
El agua es un recurso esencial para la vida, pero en México hay una amenaza invisible que podría estar contaminándola sin que siquiera lo sepamos. Se trata de las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, mejor conocidas internacionalmente como PFAS, compuestos químicos ampliamente utilizados en diversas aplicaciones industriales y productos de consumo por su resistencia al agua, al aceite y al calor. Sin embargo, su persistencia en el ambiente y en los organismos vivos los ha convertido en un problema de salud pública y ecológica, que está generando mucha preocupación a nivel mundial.
Un informe de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) de 2014, titulado “Diagnóstico Nacional del Uso de Nuevos Contaminantes Orgánicos”, ya advertía sobre la necesidad de identificar y monitorear sitios donde se utilizan PFAS para evaluar posibles emisiones al ambiente. No obstante, hasta la fecha, no existen datos públicos recientes que indiquen un monitoreo sistemático de estos contaminantes en fuentes de agua en el país. Esto sugiere que su detección y cuantificación no han sido una prioridad en las políticas ambientales mexicanas, dejando abierta la posibilidad de una contaminación silenciosa y desconocida.
Diversos estudios internacionales han relacionado la exposición a PFAS con problemas de salud graves. Se ha encontrado que estos compuestos pueden acumularse en el organismo y estar asociados con enfermedades como cáncer de riñón y testículos, disfunción tiroidea, trastornos del sistema inmunológico, problemas hepáticos, aumento del colesterol y complicaciones en el desarrollo fetal. La ingestión prolongada de agua contaminada con PFAS podría estar afectando a poblaciones sin que siquiera lo sospechen.
En el medio ambiente, los PFAS son prácticamente indestructibles, lo que les ha valido el apodo de “químicos eternos”. Pueden contaminar ríos, lagos y aguas subterráneas, afectando la fauna acuática y terrestre. Se ha documentado que pueden alterar la reproducción y el desarrollo de diversas especies, además de acumularse en la cadena alimenticia, aumentando el riesgo de exposición para los seres humanos. Su persistencia y movilidad en el agua hacen que una vez liberados al ambiente sean extremadamente difíciles de eliminar.
Ante este panorama, cabe preguntarse si la infraestructura de tratamiento de agua en México está preparada para eliminar los PFAS. La respuesta, desafortunadamente, es que los sistemas de tratamiento convencionales, como la filtración con arena o la cloración, no son efectivos para remover estos compuestos. Métodos más avanzados, como la ósmosis inversa y la adsorción con carbón activado, pueden ser eficaces, pero su implementación es costosa y rara vez se incluye en las plantas de tratamiento municipales.
Aquí es donde la industria de la construcción juega un papel crucial. La planificación y construcción de nuevas infraestructuras de tratamiento de agua deben considerar tecnologías que puedan eliminar los PFAS, asegurando el acceso a agua segura para la población. Sin embargo, la mejor solución sigue siendo la prevención en la fuente. Dado que en México no existe una regulación clara sobre la producción y liberación de estos compuestos, se necesita un esfuerzo conjunto entre el gobierno, la industria y la academia para establecer normativas que reduzcan su uso y eviten su llegada al medio ambiente.
Los PFAS representan una amenaza silenciosa para la salud y el ecosistema, y México aún no está haciendo lo suficiente para detectarla y enfrentarla. Mientras otros países han comenzado a regular y monitorear su presencia en el agua, en nuestro país sigue siendo un problema prácticamente invisible. La falta de datos y de regulación deja a la población expuesta a un riesgo desconocido, que solo podrá ser mitigado si se toma acción de manera urgente. ¿Seguiremos ignorando este problema hasta que sus efectos sean irreversibles?