Biden coordina planes de guerra con Netanyahu
Más claro, ni el agua. No hay que dejarse confundir por las expresiones de aparente pesar por el agravamiento de las guerras lanzadas por el Estado sionista contra sus vecinos. Da lo mismo si los bombardeos y las víctimas son palestinos, sirios o libaneses, yemenitas o iraníes.
Washington comparte y asume su compromiso sin reparar si en Beirut su aliado utilizó bombas de demolición especiales de 2 000 libras de explosivos, con capacidad para pulverizar un edificio de varias plantas y asesinar a decenas de civiles para llevarse en el camino a un dirigente de Hezbolá, Hamás o la Guardia Revolucionaria de Irán. Está todo coordinado. Y si a Israel se le fue la mano y murieron niños inocentes, tampoco importa, son los daños colaterales.
No se fijó que nadie en la Casa Blanca lamentó en una declaración pública los miles de lesionados por el ciberataque que convirtió en bombas a los beepers y walkie-talkies. Más bien se registraron expresiones de júbilo. Total, son todos «terroristas». Y a la Guardia Revolucionaria de Irán también hay que aplicarle el mismo cartel, lo pidió Netanyahu.
Lo inaudito y preocupante, condenable, para lo que el Departamento de Estado convocó de urgencia al Consejo de Seguridad y al G-7 es el horroroso intento de Irán de castigar a Israel con un ataque de más de 180 misiles hipersónicos contra varias bases aéreas e instalaciones militares en la profundidad de su territorio.
Qué bochorno, hacer correr al Primer Ministro en busca de un refugio soterrado y obligarlo a permanecer ahí durante horas. Así ha sido a lo largo del año de guerra de aniquilación del pueblo palestino en Gaza, acordada en todos sus detalles y con el beneplácito de Biden a Tel Aviv apenas diez días después de que su aliado iniciara la peor limpieza étnica ocurrida este siglo, ante los ojos del mundo.
Esa es la raíz de la perfecta coordinación en el enfoque de los noticieros y reportajes de toda la prensa occidental aliada de Estados Unidos. Por algo han sido el prominente jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Burns, y su colega israelí quienes han conducido las presuntas negociaciones para un cese del fuego que permitiera un intercambio de prisioneros.
ESCONDER EL FRACASO EXTENDIENDO EL INCENDIO
A un año del lanzamiento de su guerra de exterminio masivo en Gaza, los asesinos Benjamín Netanyahu y su proveedor de armas Joseph (Joe) Biden confiesan que traman peores golpes a los palestinos y a quienes los apoyan en Líbano, Siria, Irak, Yemen o Irán.
El premier israelí de extrema derecha y el liderazgo de colonos sionistas ultraortodoxos acarician hasta un delirante ataque a plantas nucleares iraníes, una aventura de impensables consecuencias para Oriente Medio y el resto del mundo.
El presidente Biden admitió el jueves último que Estados Unidos e Israel estaban discutiendo la posibilidad de atacar las instalaciones petroleras de Irán.
En respuesta a un periodista en Washington que le preguntó si apoyaría los ataques israelíes a los sitios petroleros iraníes, Biden dijo: «Estamos discutiendo eso. Creo que sería un poco... de todos modos».
El día antes Biden dijo que no apoyaría los ataques israelíes contra las instalaciones nucleares iraníes, pero prometió garantizar que Teherán se enfrente a «graves consecuencias».
Así, con el mayor desparpajo, Biden y Netanyahu ignoran el derecho internacional, utilizan la carta petrolera, que puede dañar de un día para otro a cientos de millones de consumidores en todo el mundo.
Por supuesto, la aclaración del rechazo a un ataque israelí a las instalaciones de investigación nuclear iraníes expresa que el inquilino de la Casa Blanca sabe muy bien que esa línea es visiblemente roja. Las implicaciones internacionales con vecinos próximos, amigos y aliados de Irán, como Rusia y China, no son cosa de juegos.
Una locura, diría cualquier observador, pero Netanyahu y sus cómplices actúan con el peso de la derrota sobre sus espaldas, que se agranda a medida que se acerca el 7 de octubre, la fatídica fecha que marca una caída sin retorno.
Los casi 42 000 muertos y más de 90 000 heridos en Gaza, más de dos terceras partes mujeres y niños, reflejan la atrocidad por la que todas las principales organizaciones de defensa de los derechos humanos reclaman un juicio por crímenes de guerra, genocidas, para el premier sionista y sus secuaces, que cometen monstruosidades a diario en las ciudades y aldeas de Cisjordania y en Jerusalén, bajo una ilegal ocupación militar.
Semejante cataclismo orquestado por Netanyahu, con el compadrazgo de Biden, se da en venganza por el sorprendente asalto lanzado desde Gaza contra cuarteles y colonias militarizadas israelíes por el movimiento de Resistencia Islámica Hamás el 7 de octubre de 2023, que le permitió hacer prisioneros a unos 200 militares y colonos.
La finalidad era conseguir un intercambio por todos o parte de los miles de palestinos que se pudren en las cárceles Israelíes, sin procesos legales, algunos desde hace 20 o 30 años. Y, además, parar en seco la judaización creciente de Jerusalén y los temerarios planes de los sionistas ultraortodoxos de derribar la mezquita de Al Aqsa, considerada el tercer sitio sagrado de mayor importancia para la comunidad islámica, para erigir un tercer templo de Salomón.
Más aún, todo indicaba que Estados Unidos parecía a punto de lograr con promesas y dudosas garantías el reconocimiento de Israel por parte de Arabia Saudita y el inicio de profundos y promisorios vínculos militares, tecnológicos, económicos, comerciales y financieros. Y eso también se cortó en seco. El proyecto era visto como pieza clave en la estrategia sionista de postergar la solución de un Estado palestino para tarde, mal y nunca.
Lo más importante: la sublevación trajo a primer plano la expulsión de más de un millón de residentes nativos de Palestina desde 1948, que los convirtió en refugiados o sujetos de un despiadado régimen de apartheid racista y discriminatorio, que los priva de sus derechos humanos.
En realidad, se trataba de un proyecto británico-estadounidense de conquista y colonización de todo el Oriente Medio, sus recursos y estratégica posición geopolítica, utilizando como punta de lanza e instrumento a una población de emigrantes europeos, con poder financiero y ambición de enriquecimiento.
El 7 de octubre 76 años de vandalismo sionista se hicieron visibles para las actuales generaciones de jóvenes que por todo el planeta, incluso con impactante fuerza en Estados Unidos, se muestran hoy solidarios con el pueblo palestino y su derecho a un Estado propio, soberano e independiente.
Netanyahu quedó expuesto por su incapacidad para dirigir y utilizar eficazmente el sofisticado y poderoso aparato de inteligencia del Estado sionista, una mancha que lo persigue y no ha podido borrar, ni cubrir con todo el derramamiento de sangre palestina en Gaza.
Hamás sigue en pie y soldados israelíes caen a diario. Los rehenes no han sido devueltos a casa. La paz en la zona norte es una quimera. Más de 300 000 colonos debieron evacuar y dependen de subsidios públicos. La economía israelí está en picada, y las evaluaciones a futuro acaban de ser consideradas negativas por las propias agencias estadounidenses.
Con total desenfado, el Gobierno israelí, acusado de genocida por la Corte Internacional de Justicia, dice que responderá al ataque iraní y, si Teherán riposta, entonces va a considerar «cualquier opción», incluidos bombardeos a instalaciones nucleares y asesinatos selectivos. Sin embargo, ante el descabellado esfuerzo que viene realizando Netanyahu para escudarse en el compromiso de la administración Biden-Harris con el lobby sionista, de sumo interés en días preelectorales, y su afán de involucrar militarmente a Estados Unidos, habrá que estar vigilantes.