¿Cómo pasó la cultura LGTB de ser antisistema a hegemónica?
Del 28 de junio al 7 de julio tendrá ocasión la fiesta del Orgullo en Madrid, el evento Lgtbiq+ más importante de Europa, coincidiendo con el resto de las manifestaciones de este tipo «around the world». Veremos cómo a lo largo de estas semanas las principales cadenas de televisión se vuelcan con programaciones especiales sobre la celebración, cómo las grandes corporaciones y medios tiñen sus emblemas con los colores del arcoíris y hasta cómo algunos capitanes de las selecciones participantes en la Eurocopa lucen un brazalete multicolor, pese a que ningún futbolista de élite se haya atrevido todavía a salir del armario.
Subrayan estos gestos, afortunadamente, la evidencia de que muy lejos de ser esas reivindicaciones contraculturales y clandestinas iniciadas en los años setenta, en protesta por los incidentes acaecidos en el pub Stonewall en 1969, la cultura Lgtbiq+ es absolutamente hegemónica y es seguida a pies juntillas por el «establishment», al punto de que hasta muchos partidos políticos de derechas abrazan las manifestaciones del colectivo. Y en muchas ocasiones, como pasa con las grandes corporaciones que hacen bandera del ecologismo, el feminismo y el antirracismo, sacan el emblema arcoíris no por convicción sino por temor a ser acusadas de homofobia.
Unas prácticas denominadas «pinkwashing» o «capitalismo rosa» por parte de las corrientes más críticas del colectivo, que consisten en una serie de estrategias políticas y de marketing dirigidas a la promoción de instituciones, países, personas, productos o empresas apelando a su condición de simpatizante Lgtb con el objetivo de ser percibidos como progresistas, modernos y tolerantes.
«Las siglas Lgtbiq+ no sirven ya a más propósito que poner a desfilar a todo el que no quiera ser reducido a faschista o recluido en el armario de la incivilidad», comenta Pablo de Lora, catedrático de Filosofía del Derecho por la UAM.
Un cambio súbito
Cabe preguntarse entonces en qué momento la cultura Lgtb, como hasta entonces se conocía, pasó de ser antisistema y contracultural a convertirse en cultura oficial de las democracias liberales. Qué factor o factores fueron determinantes para que las manifestaciones del colectivo pasaran de los márgenes a los titulares.
Douglas Murray, periodista británico homosexual, no precisa este punto de inflexión pero sí se refiere en «La masa enfurecida» a que «el cambio en los derechos de los homosexuales ha llegado tan de súbito que hemos visto cómo un dogma remplazaba al anterior: hemos pasado de una situación de oprobio moral a una posición que reprueba moralmente todas las opiniones que se salgan de los moldes de la nueva concepción».
Y agrega Murray que «hay personas, gobiernos y empresas que, como si se creyeran en la obligación de recuperar el tiempo perdido, plantean la cuestión homosexual en términos que van más allá de la aceptación para entrar en el terreno de esto es lo que te conviene».
Respecto a esta evolución o cambio de paradigma de la cultura Lgtbiq+, la escritora y filósofa británica Kathleen Stock se pregunta: «¿Por qué seguimos necesitando estas manifestaciones en el mundo moderno?» Su principal objeción al Orgullo, expresa la autora de «Material Girls», es que «como si se tratara de un impenetrable ritual sagrado heredado de una época anterior, no sé para qué sirve». «Tengo la impresión de que los desfiles están haciendo que algunos espectadores bien dispuestos hacia los grupos Lgtb se sientan claramente molestos», añade.
La reivindicación central
Pablo de Lora expone cuál es la reivindicación que ocupa hoy centralmente la agenda del colectivo Lgtbiq+. Se trata de «la autoidentificación de género, esto es la posibilidad de que, independientemente de cuál sea el sexo biológico del individuo, de si se ha sometido a tratamiento alguno para la disforia de género, se puede consignar la identidad sexual de acuerdo con la identidad de género en un registro público».
Esto ha causado, en palabras de Stock, «que muchas lesbianas y gays se sientan excluidos ideológicamente por sus ‘anticuadas creencias’ sobre la importancia del sexo biológico en la definición de la orientación sexual».
La periodista Rebeca Argudo asegura que «llegados a este punto yo tengo más dudas que certezas», y las expone a continuación: «¿Se puede reivindicar al mismo tiempo una cosa y la contraria? ¿Ser mujer a la que atraen las mujeres y que ser mujer sea anatema? ¿Defender leyes que tienen su base configurativa en el sexo y que el sexo es un constructo social? ¿Visibilizar lo trans y obviar el sexo biológico, obligando a referirse únicamente al sexo reasignado?».
Asimismo, la imposición de las políticas queers, hace que Murray se refiera al colectivo como «un conjunto extraordinariamente heterogéneo y contradictorio. Los hombres y mujeres homosexuales no tienen casi nada en común. La comunidad Lgtb apenas existe ni siquiera dentro de cada una de las letras que la componen». La interseccionalidad hace extraños compañeros de cama. De ahí que este año, tal y como reza en la programación oficial, el Orgullo de Madrid «exige el cese de la violencia contra el pueblo palestino». Además, seguro que no serán pocas las banderas palestinas que ondeen junto a la arcoíris durante los desfiles y manifestaciones.
Un pueblo que castiga al gay
Resulta llamativa la solidaridad con un pueblo, el palestino, donde por ejemplo en Gaza la homosexualidad está castigada y perseguida, o en Cisjordania, a fines de 2022, se decapitó a Ahmad Abu Marhia, gay palestino, al volver a la ciudad de Hebron tras haber huido a Israel como tantos otros compatriotas de su condición sexual.
Algo que ya viene de lejos: «Al inicio de la revolución homosexual hubo quienes abogaban por un ‘frente de liberación’ unificado que permitiera alinear el frente ‘frente de liberación homosexual’ con otros movimientos como los Panteras Negras, el Viet Cong, el régimen maoísta chino y la Cuba de Fidel Castro; el que estos movimientos fueran explícitamente contrarios a la homosexualidad no era más que una de esas contradicciones que deben superarse», relata el británico Douglas Murray en su ensayo «La masa enfurecida».
«Ser gay hoy, serlo bien, implica ser de izquierdas, estar con la ley trans, con Palestina, con la regulación del alquiler, el control a la prensa… Como un pack completo que uno debe asumir sin reflexión ninguna», explica Rebeca Argudo.
«¿Lo gay es político?», se cuestiona el propio Murray. Y expone que «la confusión más importante de todas es saber si ser homosexual significa sentir atracción por las personas del mismo sexo o si bien quiere decir que uno forma parte de un gran proyecto político».