Los reformistas aspiran a dar la sorpresa en las elecciones presidenciales en Irán
Las elecciones presidenciales de este viernes pueden ser la última oportunidad para garantizar la continuidad del proyecto reformista en Irán. Mohammad Javad Zarif es consciente de la delicada situación que atraviesan los suyos en el complejo equilibrio de poder de la República Islámica. Por eso, el exministro de Asuntos Exteriores de la era Rohaní dejó atrás el mundo de la academia para bajar de nuevo al barro y hacer campaña por Masoud Pezeshkian, el único aspirante a suceder al difunto Ebrahim Raisí de perfil moderado que recibió luz verde por parte de un Consejo de Guardianes hoy dominado por los conservadores.
Javad Zarif, respetado diplomático y animal político, asesoró a Pezeshkian antes de convertirse en su compañero de fórmula, y en las últimas semanas arengó a las masas en algunos de sus mítines por todo el país y le representó en los habituales debates políticos en televisión. Pero no ha sido la única gran personalidad del campo reformista que ha decidido respaldar públicamente la candidatura de Pezeshkian. El expresidente Mohammad Jatamí también cerró filas con este diputado de 69 años, cirujano de profesión y de orígenes kurdos y azeríes, un poco conocido exministro de Sanidad convertido en la gran esperanza del sector moderado del régimen. Jatamí dice de él que «trata al pueblo evitando engañarlo» y que va más allá de la economía al «buscar la justicia», y considera que su candidatura puede representar a amplios sectores de la sociedad «que sufren pobreza, corrupción, inseguridad y humillación». Una sospecha que avalan las últimas encuestas, en las que Pezeshkian parte como favorito en primera vuelta.
El Consejo de Guardianes solo avaló seis de las cerca de 80 candidaturas presidenciales tras la convocatoria anticipada de elecciones después de la muerte de Raisí junto a su ministro de Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, y otras seis personas en un trágico accidente de helicóptero el pasado 19 de mayo, cuando regresaban de una visita oficial al vecino Azerbaiyán. El órgano, compuesto por una docena de clérigos y juristas que responden ante el líder supremo, Alí Jamenei, dio luz verde a cinco conservadores y solo un reformista, Pezeshkian. Un hándicap inicial para el sector moderado que el propio Pezeshkian ha sabido convertir en una fortaleza. Al ser el único reformista en liza, Pezeshkian ha conseguido aunar los apoyos de todo su sector.
Enfrente tendrá a dos de los principales exponentes del ala dura del régimen: el actual presidente del Parlamento, Mohammad Baqer Qalibaf, y el negociador jefe del acuerdo nuclear frustrado con Occidente, Saeed Jalili. Si ningún candidato obtiene más del 50 por ciento de los votos en primera vuelta, habrá una segunda el próximo 5 de julio. Dos de los seis aspirantes, el alcalde de Teherán, Alireza Zakani, y Seyyed Hasán Qazizadé Hashemí, gris funcionario de la administración de Raisí, ya han retirado sus respectivas candidaturas.
Las esperanzas del sector ultraconservador para revalidar la presidencia están depositadas en que Qalibaf o Jalili se aparten de la carrera para no dividir el voto conservador y dejar vía libre a Pezeshkian. Hossein Shariatmadari, director de Kayhan, el periódico de referencia del conservadurismo iraní, reconoció que era «vital» que ambos alcanzaran un consenso o se arriesgarían a perder el Gobierno. Esas voces piden un sacrificio, pero ni Qalibaf ni Jalili –que representan a redes de poder diferentes en el dividido sector conservador iraní– no parecen estar por la labor. Es más, los colaboradores de Jalili, cuya candidatura promete seguir la senda del desaparecido Raisí, han lanzado varias acusaciones relacionadas con casos de corrupción contra el presidente del Parlamento y varios miembros de su familia. Qalibaf, sin embargo, dejó clara su intención de «permanecer hasta el final para formar un Gobierno eficiente y revolucionario».
Los altos mandos de la Guardia Revolucionaria también están pendientes del resultado de las urnas. Sobre el papel, los militares tienen prohibido interferir en las elecciones, pero el comandante en jefe del Pasdarán, Hossein Salami, declaró la víspera de las elecciones que el Gobierno de Raisí era mucho más popular que el del reformista Hasán Rohaní. Otro comandante, el de las Fuerzas Aeroespaciales, Amir Ali Hajizadeh, argumentó la semana pasada que el próximo presidente debe tener una «sólida experiencia en gestión ejecutiva». Unas palabras que fueron consideradas como un apoyo implícito a la candidatura de Qalibaf. Según la agencia de noticias Tasnim, afiliada a la Guardia Revolucionaria, si Pezeshkian obtiene suficientes votos para forzar una segunda vuelta, podría dar la sorpresa. En cambio, recoge Tasnim, si los conservadores apoyan al candidato más fuerte, podrían asegurarse la victoria en la primera vuelta. El mensaje es cristalino.
Jamenei, que no ha tomado partido abiertamente por ningún candidato, se ha limitado a pedir a los iraníes que voten para revestir de legitimidad a un régimen en horas bajas. «Todo aquel que esté interesado en un Irán fuerte y apoye a la República Islámica, debe votar en las elecciones... Algunos imaginan que el progreso puede darse a través de Estados Unidos. Irán no permitirá que otros determinen su destino», declaró el líder supremo.
El resultado de los comicios dependerá, en gran medida, del nivel de afluencia a las urnas. En teoría, la alta participación favorece a los candidatos reformistas. Pero el porcentaje de votantes no ha dejado de bajar desde 2020 como consecuencia, entre otros factores, de la descalificación masiva de candidatos moderados y la pérdida de confianza en el sistema, incapaz de mejorar las condiciones materiales de los iraníes. Poco más del 42 por ciento del electorado votó en las elecciones legislativas de 2020, en las que los conservadores arrebataron el Parlamento a los moderados y reformistas. Los comicios de 2021, que auparon a Raisí, reunieron a menos del 49 por ciento de los votantes, según los datos de Amwaj media. Aquella fue la participación más baja en unas presidenciales en la historia de la República Islámica. En la primera vuelta de las legislativas del pasado mes de marzo tan solo el 41 por ciento acudió a las urnas, y las cifras de participación de la segunda vuelta ni siquiera se han hecho públicas.
El estallido de las protestas multitudinarias tras la muerte bajo custodia policial de la joven kurda Jina Mahsa Amini evidenció la ruptura entre los jóvenes y el régimen, y marcó un punto de inflexión del que el régimen no parece haberse recuperado. Pezeshkian ha sido el único candidato que ha tratado de tender puentes con estos sectores, mayoritariamente femeninos. «El problema de la Generación Z somos nosotros; ellos quieren cambios, pero nosotros no hemos cambiado. Exigid, pero cuando no os dejen hablar y os respondan con porras, lo siento de verdad, y prometo que no dejaré que os traten así», expresó en uno de sus mítines de campaña. «Si llevar cierta ropa es un pecado, el comportamiento hacia las mujeres y las niñas es cien veces un pecado mayor. En ninguna parte de la religión se permite enfrentarse a alguien por su vestimenta».
Su mensaje no termina de calar, pero parece el rival a batir. Según el sondeo de Meta, una encuestadora con sede en la Universidad Imam Sadeq de Teherán, el exministro de Sanidad lidera la intención de voto con el 24,4 por ciento, unas décimas por encima de Qalibaf, con un 23,4 por ciento. En tercera posición, Jalili, con un 21,5. Ese mismo sondeo también mostraba que, en un cara a cara, Qalibaf ganaría a Pezeshkian con el 50,3 por ciento de los votos, frente al 37 del moderado. La disputa estaría más reñida entre Jalili y Pezeshkian, con el 46 por ciento de los votos del primero frente al 42 por ciento del segundo. Habrá que esperar.