El orgullo de amar
De enamorarnos y querer somos casi todos capaces. Amar bien es una de las cosas más difíciles para el el ser humano. No hace falta echar la vista atrás, miren el presente, mírense adentro. Pregúntense, ¿yo se amar?
Si existe algún dios que nos creó, ahí tuvo negligencia. O quizá se despistó. Porque, así lo creo, solo unos pocos privilegiados tienen ese don. Como he conocido a algunos, puedo afirmarlo.
Son esos seres que no hacen esfuerzo alguno por ser buenos de verdad, por confiar en los otros de verdad, por dar lo que tienen de verdad, por comprender lo diferente de verdad. Porque estos seres no han adquirido el don de amar por ideología, estos seres lo traían. Erich Fromm en su “Arte de amar” intentaba explicarlo de forma sucinta y poética.
Decía: "los críos necesitan leche y miel para crecer en amor". Y añadía que la mayoría de las madres, asfixiadas por su propia carencia, solo podían dar leche. Es decir, criar hijos sin dulzura. Una bonita e innegable explicación, pero insuficiente, porque está visto que algunos humanos muy maltratados por la vida sí aman. Aman como los favorecidos con ese don.
Quizá la cosa venga porque para no desmoronarnos por el camino de la existencia nos otorgaron la empatía; capacidad de ver, sentir y actuar con el otro. Con la empatía podemos hacer un camino hacia el amar. Un camino posiblemente infinito, pero fructífero. ¿Qué más nos podemos pedir cuando no poseemos el don naturalmente?
Por eso me siento orgullosa de los que aman sin juzgar a los otros. Me siento orgullosa de que sea la población española una de las que más apoya que la diversidad de género u orientación sexual sea pública y respetada.
Los no normativos en identidad y orientación de género, con tanto daño injustamente sufrido, tendrán asimismo que aprender a amar a los diferentes. Ellos, como casi todos, han de buscarse la miel en su camino. Y todos juntos, la sociedad entera, sentirnos orgullosos de ello.