Diego Botín y Florian Trittel, oro en 49er entre meditación y baños en hielo
«Nos cuesta empezar bien siempre», decía Florian Trittel al comienzo de la competición. Bromeaba en parte, pero es que es verdad que él y Diego Botín parecen destinados a triunfar, sí, pero con sufrimiento, de menos a más, siempre en tensión, sin poder darse un homenaje en la Medal Race, la jornada definitiva. «Calla, no bromees con eso ahora, dilo cuando vayáis primeros», se comentaba en el equipo español de vela. Por dos veces la pareja de 49er ha cumplido con su tradición: una, por su arranque de competición a fuego lento, que fue el momento en el que tuvo lugar esa conversación narrada antes; y dos, porque el penúltimo día tenían mucha ventaja y todavía llegaron a la jornada final con todo por decidir, con diez barcos peleando por las medallas y hasta siete con opciones de subir a lo más alto del podio. Diego y Florian se juntaron hace tres años con el objetivo de buscar el oro olímpico, y lo consiguieron, aunque fuera con un día de retraso por la falta de viento el 1 de agosto.
La charla entre ellos fue sencilla. «Los dos teníamos claro que queríamos seguir, hablamos, vimos que había muchas sinergias, muchos objetivos comunes, yo había navegado en 29er, que es como la clase juvenil del 49er, venía de hacer una campaña exprés en el Nacra, por tanto no era nuevo para mí en ese sentido y decidimos embarcarnos juntos», cuenta Florian.
Querían seguir después de venir de una pequeña frustración. Diego quedó cuarto con Iago López, empatado a puntos con el tercero, pero como hicieron peor resultado en la Medal, quedaron por detrás. Final más cruel es complicado que exista. Florian fue sexto en la clase Nacra 17. No habían navegado juntos, pero se conocían desde hacía mucho tiempo, desde jóvenes, pues hicieron la Copa América juvenil juntos. El ciclo ha sido maravilloso. «Diego me pudo enseñar muy rápidamente a entender el barco», reconoce Florian. Han conseguido medallas en Mundiales y Europeos, a lo que han unido ahora la guinda, esta medalla de oro olímpica, conquistada a base de mucha pelea en una semana complicada.
La vela se ha disputado en Marsella, donde había dos Villas Olímpicas, una dentro de la Marina y otra fuera, con muchas comodidades, pero con la única queja de que no podían moverse en monopatín o similar para ir a muchos sitios y tenían que caminar demasiado. Botín y Trittel no estaban en ninguna de las dos Villas. Estaban en una casa aparte, en la llamada «casa fisio», porque allí trabajaban los fisioterapeutas. Los regatistas tenían a mano tanto los masajes como la sesión de activación o de yoga. Porque su rutina diaria era la de casi todos los días: despertarse, hacer una pequeña activación física, estiramientos y unos 20 minutos de meditación, algo en lo que se iniciaron a comienzo del ciclo llegando a hacer hasta un curso de formación. El objetivo es calmar la mente, enfocar el tiro. «Damos importancia al entrenamiento mental, de la misma manera que al físico o a cualquier otro aspecto del deporte», explica Trittel.
Ha sido muy importante estar calmado durante la competición porque se han encontrado de todo en el campo de regatas. Desde días sin viento, en los que no se hubiera competido si se hubiera tratado de otra cita, hasta el punto de ver embarcaciones casi remando con la mano o entrando a la meta paradas, y días con un viento turbulento. Entender a Eolo es otro de los estudios en la formación de la vela, saber leer partes, y casi, como los sabios de los pueblos, mirar al cielo y entender qué va a pasar, aunque una vez en el agua también hay que dejarse llevar por la intuición. El calor apretaba en Marsella y antes de competir Diego y Florian se metían diez minutos en unos contenedores de agua helada, en la misma Marina, y luego ya se vestían para salir al agua. A la vuelta de cada jornada, después de pasar por la zona mixta y por todas las obligaciones, de nuevo al contenedor de hielo para recuperar.
Florian nació viendo agua, en el lago Bodensee, cerca de Constanza, en Suiza, pegado a Alemania, pero no tiene recuerdos de ello. Su primer recuerdo es en Barcelona jugando al fútbol en la plaza. Su abuelo fue quien inició en la vela a su padre, y a él por herencia. A Diego siempre le «intrigó mucho» lo de ir en barco, hasta el punto de pedir a sus padres que lo metieran en un curso. «Se me metió en la vena», admite. Como se le metió ganar esa medalla de oro que ya tiene.