Castella se apunta a la gesta en silencio, herido, y Emilio al trofeo
Castella iba a descabellar al toro, como tantas veces, con el pie cambiado, como se hace siempre, cuando el toro se le arrancó. Intentó pararlo con las manos por puro instinto de supervivencia y el animal lo cogió para arriba muy feo. No hay paz en el ruedo. Eso está claro. Después el Cuvillo se echó sin necesidad de descabello. Las cosas que pasan ahí abajo. El toro había sido bronco y pegajoso y Castella le hizo una extensísima faena, que comenzó con mucho oficio y acabó con cierto espesor. Luego venía lo peor. Era el que abría plaza. Quedaban a estas alturas muchas incógnitas por despejar. Pasó a la enfermería y salió al rato con la taleguilla envuelta con esparadrapo. Antes lo vimos dudar si entrar o no. No supimos hasta pasado el tiempo que regresó al ruedo herido. Una cornada en el glúteo, pero se operaría después. Ni un gesto ni un ademán. Todo con absoluta normalidad y tranquilidad. ¿Os imagináis algo parecido en la vida normal? El cuarto era un toro tela de bonito, aunque saliera haciéndose el despistado y frenándose en el capote del francés, la humillación fue el argumento que defendió más tarde en la muleta. La faena tuvo buen comienzo porque las embestidas iniciales del toro fueron claras. Cuando tomó el zurdo, el animal se revolvió pronto y se entregaba lo justo, se descompuso la labor de Castella y no volvió a remontar el vuelo , aunque se tiró derecho a matar y salió ahí también trastabillado. Tarde de gesta de Sebatián Castella.
Así llegó Perera a Bilbao
Perera llegaba a Bilbao con dos costillas rotas hacía tan solo cinco días. Qué locura y el Cuvillo tampoco se lo puso fácil. Sin clase en la embestida, cabeceando y sin querer empujar en el engaño. Perera le hizo las cosas como si fuera bueno, lo trabajó y lo fue haciendo poco a poco. La espada se le fue abajo.
Colocaba muy bien la cara el quinto, muy abajo y tenía mucha profundidad en el viaje. Una embestida muy interesante con la que Perera anduvo en búsqueda, pero no llegó a encajar el planteamiento de faena tan en cercanía. Sí su solvencia y el mérito infinito de venir a Bilbao con el cuerpo maltrecho.
Emilio de Justo y el trofeo
El tercero vino a redimir todos los pecados y tuvo un pitón izquierdo para gozarlo. Se desmonteraron Morenito de Arles, con un ajustado y arriesgado par, y Pérez Valcárcel y Emilio de Justo gozó la embestida del toro. Fue justo ahí al natural por donde Emilio lo toreó con más relajo y plenitud hasta llegar a los ayudados genuflexo con los que cerró la faena. Vino después la estocada (caída) y el primer trofeo.
Un desastre fue la lidia del sexto, un animal que embistió al paso y desganado. Tenía nobleza, no más pero la transmisión bajo mínimos. Emilio quiso hacer faena, pero el toro desistió antes con visos de rajarse. La gesta de la tarde la puso Castella. Una heroicidad silenciosa, sin aspavientos y Emilio había gozado las embestidas de un gran pitón zurdo. En la cara opuesta fue este sexto que le cerró en cruz las puertas del triunfo. Así es el toreo.
Ficha del festejo
Bilbao. Cuarta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo. El 1º, bronco y pegajoso; 2º, sin clase y de poco recorrido; 3º, bueno; 4º, se deja por el derecho y complicado por el zurdo; 5º, buen toro, con mucha profundidad; y 6º, descastado.
Sebastián Castella, de azul marino y oro, estocada trasera (palmas de camino a la enfermería); estocada (saludos).
Miguel Ángel Perera, de verde y oro, estocada baja (saludos); dos medias, estocada, aviso (saludos).
Emilio de Justo, de catafalco y oro, estocada caída (oreja); estocada (palmas).