Groucho Marx, cuando el humor impertinente estaba bien visto
Ya no hay humor como el de antes. En ese ejercicio nostálgico que tiende a rechazar las tendencias actuales, también tiene cabida la comedia. Los chistes ya no son lo que eran. Aunque aún existen personas que siguen defendiendo por bandera esa necesidad de desmarque, de reírse como el gran reducto de alivio entre presiones y estímulos internautas. "No reírse de nada es de tontos, reírse de todo es de estúpidos", resumía sabiamente Groucho Marx, ese genio irreverente, gruñón y atrevido del humor, en una de sus icónicas frases. Sería interesante conocer las reacciones del actor ante los rechazos que viven hoy ciertas bromas y ocurrencias. Julius Henry Marx, más conocido como Groucho, nació un día como hoy de 1890. Fallecido en Los Ángeles en 1977, aún hoy continúa siendo un icono del cine y considerado como uno de los mejores intérpretes de comedia de la primera mitad del siglo XX.
Marx fue el cuarto de seis hermanos: Manfred, que murió con tres años, Leonard (Chico), Adolph, que cambiaría su nombre por Arthur, Milton, quien nunca actuó en el cine, y Herbert. Fue una familia de vida modesta, con un padre que trabajaba como sastre y una madre con una gran frustración en el mundo de la interpretación. Por ello quería que sus hijos fuesen estrellas. Y así lo fueron. Pronto comenzaron a actuar en teatros, hasta que llegó un contrato que les aportaría una fama arrolladora a los hermanos Marx.
De la mano de Paramount, estrenaron "Los cuatro cocos" (1929), "El conflicto de los Marx" (1930), "Sopa de ganso" (1933), "Una tarde en el circo" (1939) o "Tienda de locos" (1941). Fue a través de estas producciones donde Groucho Marx terminó de perfilar un personaje que ya nunca abandonó, y que consolidó cuando los Marx arrancaron a trabajar con la Metro Goldwyn Mayer. De ahí salieron grandes títulos como "Una noche en la ópera" (1935) o "Una noche en Casablanca" (1946). Su grueso bigote, sus pobladas cejas y sus estudiados andares le dotaron de un carisma que alimentaba con sus pícaras ocurrencias. Un humor alocado, corrosivo, una mente impulsiva y afilada que le permitieron edificar y mostrar una personalidad bastante cómica y hasta cruel para ciertos públicos. Nada lejos de la actualidad. De hecho, su compulsividad a la hora de hablar le trajeron no pocas enemistades.
Fue tan amado como temido en Hollywood. Su humor ácido atraía a grandes masas, edificando una carrera como actor, y convirtiéndose de alguna manera en adicto a las risas de su público. Convirtió el humor impertinente en un arte bien visto, en una serie de pesadas bromas que pronto se popularizaban en el ámbito del humor, y que aún hoy siguen resonando entre los más nostálgicos de su agudeza.
Groucho Marx falleció, con un recién concedido Oscar en reconocimiento a su carrera cinematográfica bajo el brazo, en Los Ángeles, a causa de una neumonía. Dejó tras de sí un legado fílmico que abarcaba una veintena de películas, así como escribió libros y apareció varias veces en la televisión. "No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o actor cómico. Tal vez no lo sea. En cualquier caso me he ganado la vida muy bien durante una serie de años haciéndome pasar por uno de ellos", decía el actor.