Puigdemont se fía más de Feijóo que de Sánchez
Las terminales del Gobierno arrancan el Nuevo Año con filtraciones, que también hay quien puede entender como presiones sobre el Tribunal Constitucional, respecto a la fecha en la que Carles Puigdemont podrá verse por fin beneficiado por la amnistía. Los mensajes han resultado un poco contradictorios -que si para antes del verano o que si para octubre-, pero tampoco sorprende porque la buena nueva se viene anunciando por el Gobierno desde que la medida de gracia la aprobó el Congreso de los Diputados en mayo de 2024.
La política asume que se ha instalado en una especie de día de la marmota en el que el sueldo se lo ganan por la vía de buscar la frase más estruendosa contra el enemigo, pero sin la expectativa de que algo cambie en los próximos doce meses. Y todo lo demás son maneras de buscar un titular y dirigir a la opinión pública hacia destinos que ni ellos mismos saben cuáles son. Porque Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo son conscientes de que la única «carta» que interesa ahora mismo a Puigdemont es la que lleva la imagen del presidente del Gobierno. Pero los dos, tanto el presidente del Gobierno como el jefe de la oposición, también saben que Puigdemont no juega en la política española, aunque haya recuperado la posición lobista que en su día ejerció Convergència en Madrid. Su mirada está en Cataluña y en la Generalitat, y todo lo que haga en Madrid responderá a ese objetivo principal de sacar a su partido de la crisis en la que está sumergido y conseguir que vuelva a recuperar el poder. Por eso ERC es su adversario, pero también lo es, y cada vez más, el PSC. Fortalecer a Sánchez es fortalecer a Salvador Illa, y el tiempo que gane el actual presidente de la Generalitat es tiempo que juega muy en contra de Puigdemont porque le cede terreno en eso que se ha bautizado como la normalización institucional catalana.
¿Qué tiene que hacer para dinamitar esa consolidación de Illa? Acierte o no acierte en sus decisiones, esta pregunta es la que pesa en las decisiones que tome en los próximos meses el ex presidente de la Generalitat desde Waterloo. Madrid es su principal teatro de operaciones, pero, una vez que le entregue la llave de los Presupuestos a Sánchez, habrá perdido toda capacidad de influencia en los debates futuros e incluso en las decisiones que se tomen con relación a Cataluña. El presidente del Gobierno le soporta porque le necesita, pero su aliado natural en Cataluña y en Madrid es ERC, de quien se fían mucho más que de Puigdemont.
En esto, el ánimo es recíproco, porque también Puigdemont se fía más de Feijóo que de Sánchez. Cuentan en su entorno que los populares son más de palabra, mientras que Sánchez promete, pero no da. «El PP lo que promete, lo da. Y si no, no hay promesa». Tanto al partido de Feijóo como a Puigdemont les interesa seguir buscando vías de colaboración que pongan nervioso al presidente del Gobierno, a pesar de que para los dos esta estrategia tiene contraindicaciones. Aun así, cabe anticipar que habrá más coincidencias y más votaciones conjuntas en el Congreso porque intencionadamente el PP seguirá dirigiendo sus iniciativas parlamentarias a buscar esas coincidencias programáticas, económicas y fiscales, con Junts y también con PNV.
Serán, en todo caso, movimientos que desestabilicen el barco socialista, pero que no lo hundan. Sería una sorpresa, que no entra en la agenda de trabajo de ninguna de las partes, que Sánchez ceda a su inoperancia parlamentaria y a su cerco judicial con una convocatoria de elecciones anticipadas. Pero, ojo, que estamos en tiempos políticos muy cambiantes, y en la ecuación hay que tener en cuenta otra variable, estrictamente interna de los socialistas.
En el PSOE ya se ha abierto el debate de cuánto conviene esperar antes de afrontar unas nuevas urnas, aunque las encuestas no sean propicias. Aquí influye la tesis de quienes consideran que lo que viene sólo puede ser peor de lo que se tiene. Que los casos judiciales empeorarán, aumentará el desgaste, irá a más la falta de colaboración de Puigdemont..., y meterse así en un calendario electoral autonómico y municipal, previo al de las generales, sería un suicidio para el partido. ¿Es mejor cumplir esta vez la palabra de que resistirán en Moncloa hasta el año 2027, o lo mejor es prepararse para sorprender al adversario con unas elecciones que entre susto y muerte, elijan susto? Este es el debate que carcome a los socialistas ante un año en el que saben que el reto de recuperar el control de la agenda es casi un milagro que lleguen a alcanzarlo, incluso aunque llenen la programación de actos «antifranco».