Muere a los 88 años el padre Lezama

Se le presentará en estos días como el cocinero español de los Papas. O como el cura empresario que fue capaz de levantar de la nada un emporio hostelero. Pero aquello solo es la fachada de una vocación sacerdotal apuntalada en el servicio, cimentada en un Evangelio que debía encarnarse especialmente en los últimos. Sí, porque Luis de Lezama entró en cocinas, no por una desenfrenada pasión gastronómica, sino porque vio en los fogones la posibilidad de rescatar a unos cuantos chavales de la nada. Fue en 1974 cuando abrió un pequeño restaurante junto al Teatro Real en Madrid. Lo que hoy es la más que aplaudida Taberna del Alabardero se convirtió en escuela para salir de la exclusión de varias generaciones de jóvenes. Educar entre pucheros como vía para dignificar. Hoy, el Grupo Lezama cuenta con más de 10 restaurantes y tiene una plantilla de más de 500 empleados. Y no solo eso. Sus alumnos acumulan ya doce estrellas Michelín. Además, A través de la fundación que lleva su nombre puso en marcha Santa María la Blanca, uno de los colegios más reconocidos en nuestro país en materia de innovación pedagógica.

Lezama, que ha muerto a los 88 años en la Clínica Universitaria de Navarra, se sintió libre y, por tanto, profeta. Esta autonomía hizo que se le mirara con respeto en algunas sacristías que no acababan de entender su capacidad innovadora. Así fue labrando un proyecto fecundo, porque no se buscaba a él en las obras emprendidas, sino a un Dios encarnado en una Iglesia a la que instaba a sentirse comprometida con la humanidad de hoy en lo concreto, sin juzgarla ni administrarle doctrina de recetario. “Soy, ante todo, un humanista cristiano porque el hombre, para mí, es la frontera entre lo humano y lo divino; y el único atisbo de poder creer en Dios es a través del hombre”. Amén.