Inflación, ¿está roto el termómetro de la economía?
Según el INE, la inflación en España en 2024 se sitúa en el 2,8% lo que sugiere una mejora frente a años anteriores. Sin embargo, vemos que los precios de lo que compramos habitualmente, como la energía, la alimentación o la vivienda, han subido mucho más que eso, lo que invita a reflexionar sobre la medición de esta variable clave en cualquier economía.
Medir la inflación parece, en principio, una tarea sencilla, pero depende del instrumento de medida y su adecuada calibración pues hay varios métodos, desde el IPC, el IPI, el IPP, el deflactor del PIB o el IPC armonizado (IPCA), entre otros. El que habitualmente consideramos es el IPC que mide cómo cambian, en promedio, los precios de una cesta fija de bienes y servicios, adquiridos por las familias a lo largo del tiempo. Pero, como suele suceder en economía, el diablo está en los detalles, pues no es ni tan preciso ni tan neutral como podría parecer, sino que tiene sesgos que pueden distorsionar la realidad económica.
Un ejemplo práctico de estas distorsiones lo vemos en España ya que, en los últimos cuatro años, el IPC ha acumulado una subida cercana al 20%. Sin embargo, cualquiera que vaya al supermercado sabe que la mayoría de los productos han subido mucho más pues productos básicos como la leche, los huevos o el aceite han experimentado incrementos de precio muy por encima de esa cifra. Los datos evidencian que, en el citado periodo, el aceite ha multiplicado por tres su precio, el azúcar aumentó un 70%, las patatas un 60%, los huevos y la leche un 50% o tomarnos una cerveza supone un 25% más, muy superior a la media del IPC acumulado. No sólo alimentación o bebidas pues, si vamos a la farmacia, sin receta o al concesionario a comprar un coche o hacemos turismo o simplemente el susto es de órdago lo que evidencia que el IPC publicado no siempre refleja adecuadamente el coste de vida real, especialmente para los hogares con presupuestos ajustados.
Como caso anecdótico, un amigo me dijo el otro día que su seguro de hogar, contratado con una aseguradora muy conocida, le sube un 10% este año pero que desde el año 2021 le ha aumentado un 50% sin haber tenido siniestro alguno ni cambios en la cobertura de la póliza, lo que supone 2,5 veces el IPC acumulado.
Así pues, el IPC puede contener sesgos que suavizan el impacto percibido de la inflación debido a desajustes intencionados o no, al alza o a la baja, al igual que ese consumidor que cuando pesa la fruta en la balanza del supermercado pone la mano para rebajar el importe o el surtidor de combustible que marca más de la capacidad que tiene nuestro depósito.
Desajustes
Entre los desajustes posibles caben destacar la eliminación de la cesta de los productos cuyos precios aumentan más o la modificación de sus ponderaciones al igual que la frecuencia de actualización de la cesta de compra cuando los patrones de consumo cambian o ajustes por sustitución que no refleja inmediatamente el IPC como ocurre cuando el consumidor sustituye un producto de mayor precio por otra alternativa, afectando a su calidad de vida. Igualmente, los controles de precios y las subvenciones en sectores como la vivienda, transporte público o electricidad, pueden beneficiar temporalmente al consumidor, pero distorsiona la medición de la inflación.
Por último, en un país con disparidades regionales, el uso de valores promedio puede ocultar diferencias significativas en aquellas zonas donde el aumento del coste de la vida puede ser mucho mayor donde haya familias asfixiadas. El informativo del tiempo nunca nos dice la temperatura media del país sino por zonas, por algo será.
En conclusión, medir la inflación es una tarea mucho más compleja de lo que parece y los distintos sesgos pueden distorsionar los resultados y, por ende, influir en las decisiones políticas y económicas. La próxima vez que nos digan que la inflación está controlada o disparada, deberíamos pensar si quizás el termómetro podría estar roto o necesita una recalibración urgente.