Los incendios abren la puerta a una crisis sanitaria
El último informe sobre la situación de los incendios forestales que arrasan el sur de California contabiliza cerca de 30 fallecidos, un número similar de desaparecidos, 80.000 evacuados de sus casas, 20.000 hectáreas de arboleda y pasto arruinadas… y de momento un indeterminado número de personas afectadas sanitariamente. Porque sí, el efecto de un incendio forestal no acaba cuando las llamas se apagan y se retira la maleza carbonizada. Cada vez más informes científicos conocen de las invisibles consecuencias que un fuego masivo tiene para la salud en zonas limítrofes.
De hecho, la semana pasada el Departamento de Salud de los Estados Unidos declaró el estado de emergencia sanitaria para todo California. Esa declaración activa protocolos más propios de una pandemia que de un desastre natural: se ponen en marcha sistemas de monitorización de hospitalizaciones por afecciones respiratorias, se refuerzan las plantillas de los hospitales, se envían a las zonas equipos médicos especializados en atenciones a largo plazo, se manda a la población mensajes de protección y prevención...
El gobierno norteamericano ha elaborado ya una lista de los ciudadanos más sensibles de la zona que necesitarán cuidados especiales y que están sujetos a los programas de Medicare y Medicaid (el sistema público de salud en Estados Unidos). Especialmente se contabilizan aquellos usuarios que dependen de aparatos eléctricos de monitorización de la salud y que requieren servicios como diálisis, tanques de oxígeno o atención domiciliaria.
Tras el trabajo de los bomberos, los expertos forestales y el ejército para la extinción de las llamas se ha activado otro ejército de sanitarios: la llamada Línea de Ayuda para la Contención tras el Desastre que proveerá de soporte sanitario físico y mental de manera gratuita, en varios idiomas, siete días a la semana, 24 horas al día.
Efectivamente un incendio forestal es malo para la salud incluso después de apagado. La más evidente de sus consecuencias afecta a la salud respiratoria. El humo de un incendio forestal está cargado de una mezcla de partículas y gases contaminantes –el principal, el monóxido de carbono–, volátiles como los hidrocarburos policíclicos aromáticos, vapor de agua y restos materiales carbonizados.
La contaminación por partículas es una de las principales preocupaciones de los expertos en salud cardiopulmonar en la actualidad. Es el resultado de respirar durante mucho tiempo aire cargado con partículas de tamaño de micras llamadas PM. Ya en 2021, la revista «The Lancet» en su edición dedicada a salud planetaria publicó el más exhaustivo trabajo hasta entonces sobre la relación entre las partículas PM 2.5 (menores de 2.5 micras de diámetro) encontradas tras los incendios forestales en Brasil desde 2000 a 2016 y la mortalidad en es país. El resultado concluyó que este desastre ecológico aumenta en un 1,65 por 100 el número de hospitalizaciones en la zona, en un 1 por 100 los casos de accidentes cardiovasculares y en un 5 por 100 el número de ingresos por afecciones respiratorias.
En condiciones normales, el aire que respiramos suele contener algún tipo de partícula contaminantes que generalmente son una mezcla de pequeños núcleos sólidos y gotas de agua evaporada suspendida en el aire. La fuente más común de estas partículas es la combustión: por ejemplo, la de los motores de los coches. Y, por supuesto, en la combustión vegetal de un gran incendio forestal se producen millones de estas partículas invisibles al ojo humano. Su tamaño las permite volar a lo largo de kilómetros, introducirse en las casas y penetrar los alveolos pulmonares. Muchas de ellas van cargadas de sustancias que proceden del aire que atraviesan o del origen quemado (contaminantes del suelo, ácidos, fertilizantes, subproductos químicos de la combustión de la madera…)
Son cientos de veces más pequeñas que un cabello humano, y decenas de veces más pequeñas que un grano de arena o una mota de polvo. Cuanto más reducidas en diámetro, más peligrosas para la salud porque su capacidad de ser absorbidas por los sistemas de protección de nuestro aparato respiratorio es mayor.
Las más preocupantes son las llamadas partículas finas o ultrafinas (las de mejos de 2,5 micras) que se generan precisamente en las combustiones voraces de los incendios. Andrea García, vicepresidenta de Salud Pública de la Asociación Americana de Medicina, ha declarado estos días la preocupación de las autoridades sanitarias del estado de California por los estudios que demuestran que estas PM 2,5 pueden penetrar en pulmones, corazón y anidar en el torrente sanguíneo de un ser humano con facilidad. «Sabemos que en los casos más graves, el contacto permanente con el aire contaminado aumenta el riesgo de padecer infartos o ictus», aseguró.
A largo plazo hay estudios que relacionan los incendios forestales habituales con una mayor incidencia de enfermedades como el Alzheimer en la zona afectada. En las áreas más afectadas de California, se ha recomendado el uso de mascarillas N95 para la población y la aplicación de sistemas de filtrado de aire en edificios sensibles.
El problema es que no hay modo de saber exactamente qué componentes del humo de un incendio llegan a un lugar determinado. No es lo mismo la quema de un bosque que de un pasto, de un área cultivada o una zona urbana. Los humos y las partículas pueden ir cargadas de material inocuo, de vapor de agua o de compuestos propios de los abonos y fertilizantes del suelo, de las pinturas de la madera de una casa o de productos industriales.
Síndrome del superviviente
Las autoridades sanitarias saben, además, que los efectos de un desastre natural pueden permanecer durante años. La revista «Nature» evaluó recientemente el impacto sobre la salud pública de un área determinada después de una gran inundación y halló que el exceso de mortalidad y morbilidad puede llegar al 300 por 100. Hay que tener en cuenta que el impacto más duradero afecta a las personas que son desplazadas, pierden sus casas o sus propiedades. En primera instancia por el efecto sobre su estado anímico y su salud mental. Un informe de la facultad de Medicina de Loma Linda en California alerta ya del aumento de casos de estrés prostraumático, depresión, ansiedad y de una patología conocida como «síndrome del superviviente», un estado de culpa patológica tras haber sobrevivido a una catástrofe. En California también se preparan para un efecto aún más a largo plazo. Las pérdidas de hogar, los quebrantos económicos y los cambios de actividad, la causa.