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¿Qué hacer si mi hijo dice palabrotas? Una psiquiatra española da la solución

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Hay cosas para las que parece que los padres y madres nunca están preparados, y una de ellas es cuando escuchan a su hijo decir una palabrota por primera vez. Por mucho que digan que son verdaderas esponjas que captan y escuchan todo lo que no deben, escuchar cómo un día comienzan a decirlas sin previo aviso, causa un gran impacto.

Ante esto, es importante saber tomárselo con calma porque es algo completamente normal. Suele darse entre los 4 y los 6 años y se trata de una fase que muchos niños atraviesan y en la que, por lo general, solo pretenden llamar la atención.

Si además en casa escuchan habitualmente este tipo de palabras, lo más probable es que las integren en su vocabulario habitual. Ya sabemos lo poderoso que es el ejemplo. Así que, para que dure lo menos posible, la actitud como padres es determinante.

¿Qué hacer cuando un niño dice palabrotas?

Prohibir las palabrotas no es suficiente, así que para que no se convierta en costumbre, es importante actuar siguiendo las siguientes recomendaciones:

Evita reírte cuando el niño/a diga una palabrota

Si se nos escapa una sonrisa cuando escuchamos una palabrota, lo que estaremos alimentando es que esa acción se vuelva a repetir, ya que los niños al ver que los adultos se ríen se sienten el centro de atención.

Tampoco podemos ignorar esta conducta, porque es inadecuada. Lo ideal es corregirles con serenidad y naturalidad, sin darle excesiva importancia pero tampoco pasándolo por alto.

Explícale que esas palabras pueden molestar a los demás y hacerles daño

Lo ideal es explicarles que las palabrotas son palabras ofensivas, y que al decirlas pueden molestar a alguien, y que vosotros sabéis que él no quiere que nadie se sienta mal, así que lo mejor es no decirlas. Hay que incidir en que lo que acaba de decir no está bien, desde la calma.

Enséñale a disculparse

Si no saben pueden bloquearse, también deben aprender cómo pueden pedir perdón. Es imprescindible también pedir perdón cuando nosotros las utilicemos. No es bueno recurrir a «yo puedo decirlas porque soy adulto», sino decir «la he utilizado por error y voy a tratar de no volver a hacerlo».

Pedir perdón a los hijos también es enseñarles importantes valores para la vida, como humildad para reconocer que nos equivocamos, valentía para expresarlo y ganas de aprender para mejorar.

Pregúntale por qué ha dicho eso y ofrécele alternativas

Con preguntas como: ¿por qué has dicho eso?, ¿Qué crees que significa? ¿Qué sientes al decir eso? Se trata de averiguar por qué nuestro hijo ha actuado así, al tiempo que le hacemos consciente de lo que ha dicho y por qué lo ha dicho. Darles alternativas es esencial, sobre todo cuando las utilicen para expresar sentimientos. Proponerles que siempre que se sientan tristes, frustrados o enfadados, nos expliquen qué les ocurre para poder acompañarles.

En ocasiones puede que utilicen las palabrotas como «muletilla». Por ello, debemos enseñarles otras palabras para que utilicen esas alternativas. La lectura, por ejemplo, es siempre es un gran aliado para ampliar vocabulario y también nos permite estrechar vínculos y pasar más tiempo de calidad junto a nuestros hijos.

No regañes en exceso al niño

Si lo haces puede asociar la palabrota con tu atención. En ningún momento debemos gritarle o regañarle.

En caso de que las palabrotas vayan acompañadas de otros comportamientos o cambios en el humor de tu hijo, sería conveniente solicitar ayuda profesional, pues podría estar sucediendo algo.

Lo que nunca debes decirle a tus hijos

Marian Rojas Estapé, especialista en psiquiatría y escritora española, publicó un vídeo en su canal de Youtube "Crianza360", en el que hace referencia al daño irreparable de los insultos.

Cuando un niño es insultado, su cerebro responde de manera inmediata y prolongada. La amígdala que regula las emociones y las respuestas de estrés se hiperactiva causando que el niño experimente niveles elevados de ansiedad y miedo. El impacto de los insultos no se detiene en el cerebro, también afecta profundamente a su autoestima.

Los insultos repetidos minan su autoconfianza , haciéndoles sentir que no son valiosos ni capaces. Esta percepción negativa de sí mismos puede llevar a comportamientos evitativos, falta de iniciativa y una constante duda sobre sus habilidades. Con el tiempo, estos sentimientos pueden cristalizarse y crear adultos inseguros y con una baja autoestima.

Los niños que están en constante riesgo de ser insultados desarrollan problemas emocionales y psicológicos. La ansiedad y la depresión son dos de los trastornos más comunes que pueden sufrir. Además, estos niños pueden exhibir conductas agresivas.

"Es crucial entender que los insultos no solo hieren en el momento, sino que dejan cicatrices en el tiempo y duraderas. Como padres, debemos ser conscientes del poder de nuestras palabras y del impacto que pueden tener. En lugar de recurrir a los insultos, es esencial buscar formas de comunicación positivas y constructivas que fomenten el crecimiento y el bienestar emocional de los pequeños" asegura Marian.




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