El convulso Oriente Medio que aguarda a Trump: hegemonía israelí y debilidad de Irán
Muchos han sido los cambios experimentados por Oriente Medio en menos de año y medio, por lo que en poco se parece la región que aguarda el segundo mandato de Donald Trump al que el presidente electo de Estados Unidos dejó a comienzos de 2021. Unos cambios que no se explican, por otra parte, sin su influencia en los últimos meses.
Israel ha dejado de manifiesto con más fuerza si cabe su hegemonía militar en la región, mientras su némesis, la República Islámica de Irán, trata de asimilar los severos golpes recibidos en los últimos meses. Hamás y Hizbulá, dos de los otrora temibles apéndices de Teherán en la región, han salido malparadas de la dura ofensiva israelí contra el ‘eje de la resistencia’, y la dictadura de Bachar al Asad en Siria se derrumbó sin que sus fieles aliados iraní y ruso fueran capaces más que de constatar su impotencia. Por tanto, el enfrentamiento total entre Irán e Israel que se antojaba inevitable en varios momentos del año pasado parece hoy una posibilidad felizmente más remota.
Trump regresa a la Casa Blanca con una tregua en Gaza debajo del brazo, un acuerdo entre Israel y Hamás que no habría tenido lugar, por otra parte, sin el concurso de su equipo. También es de justicia reconocer la influencia del nuevo presidente estadounidense en la tregua de dos meses alcanzada el 27 de noviembre entre Israel e Hizbulá y que todo apunta a que no se verá quebrada. Con todo, la nueva Administración estadounidense tendrá por delante la colosal tarea de acercar posturas entre los países árabes y el Gobierno de Benjamín Netanyahu -una de las pocas cosas que no han cambiado para Trump es que tendrá como interlocutor en Israel a su viejo amigo- para alcanzar un acuerdo sobre el estatus político de Gaza y la reconstrucción de un territorio devastado.
La matanza del 7 de octubre de 2023 y los 15 meses de campaña militar israelí contra Hamás en la Franja convierten, hoy por hoy, en una utopía que el Gobierno de Benjamin Netanyahu -alguno de sus ministros exige una y otra vez la anexión de Cisjordania- esté dispuesto a hablar siquiera de la solución de los dos Estados. Pero Trump, el hombre de negocios que soñó con pasar a la historia hace algo más de cuatro años con el olvidado Acuerdo del siglo, querrá ahora completar el trabajo que dejó a medias con la incorporación de Arabia Saudí a los Acuerdos de Abraham. Pero si antes del 7-O la monarquía saudí se mostró más que dispuesta a hacer pública la normalización de relaciones con el Estado de Israel, la principal potencia del mundo suní, consciente del rechazo generalizado de su opinión pública hacia “la entidad sionista” tras lo ocurrido en los últimos 15 meses en Gaza, ha dejado reiteradamente claro que no habrá avances en sus relaciones con Tel Aviv sin el reconocimiento formal de un Estado palestino soberano.
La otra gran cuestión regional que aguarda a Trump y su equipo será lograr un acuerdo nuclear con la República Islámica en un momento en que el régimen de los mulás ha dado muestras de flaqueza y después de que Netanyahu haya manifestado públicamente su voluntad de poner fin a la teocracia iraní. El nuevo inquilino de la Casa Blanca habrá de jugar la baza del frente regional suní contra un Irán herido -y, por ello, peligroso- para acercar posturas entre Tel Aviv, Riad y las principales capitales árabes. La gran duda es cuánto estará el presidente obsesionado con China dispuesto a implicarse en el siempre proceloso e ingrato Oriente Medio.