Jaque mate del Papa al Sodalicio, la tapadera de los mil millones
Cerrojazo del Papa a una de las plataformas eclesiales aparentemente más pujantes de América Latina y que, sin embargo, escondía tras de sí una red de corrupción financiera y de abusos de poder, conciencia y sexuales. De hecho, las investigaciones pontificias habrían constatado una malversación de fondos por valor de mil millones de euros, un montante económico que se suma al incalculable dolor provocado por los pederastas que se han movido sin impunidad entre sus filas hasta hace poco.
El Papa ha ordenado disolver el llamado Sodalicio de Vida Cristiana, movimiento fundado en 1971 en Perú por el laico Luis Fernando Figari que fue reconocido oficialmente por Juan Pablo II en 1997. Presente en 25 países, el «Sodalitium Christianae Vita» cuenta hoy por hoy con más de veinte mil seguidores. Se presenta como un movimiento apostólico fiel a la doctrina católica en medio de un mundo convulso. Sin embargo, tras esta fachada, Figari quería construir una estructura política con recubrimiento eclesial que emulara a la Falange, tomando a Primo de Rivera como referente. El Santo Padre habría aprovechado la asamblea general que arrancó el 6 de enero para comunicar su decisión, justo cuando desde los «soladités» se disponían a renovar su cúpula, en un supuesto saneamiento de la entidad.
El actual cardenal arzobispo de Lima, Carlos Castillo, ha llegado a presentarlo como «un experimento fallido», por lo que no es «salvable»: «Nace mal y sus frutos a lo largo de los últimos cincuenta años así lo demuestran». Para el Purpurado, «ha sido una máquina destructora de personas, inventando una fe que encubre sus delitos y su ambición de dominio político y económico».
Imposible refundarse
Desde hace varios años tanto en Perú como en Roma se hablaba de la posibilidad de cerrar a cal y canto esta institución. A diferencia de otras realidades eclesiales, como los Legionarios de Cristo, a quienes se dio una oportunidad para refundarse, en este caso se habría constatado tal perversión de raíz que habría hecho insalvable cualquiera de las ramas que componen esta familia y que van de sacerdotes a monjas, pasando por significativos grupos de laicos. Ahora, surge la interrogante sobre cómo se desmantela una estructura tal: qué destino tendrán sus fondos, qué hacer con las obras apostólicas que regentan, lo mismo parroquias que colegios o residencias de ancianos, y cómo se reubican tanto a los curas como a las religiosas.
El que posiblemente tenga una respuesta es un español: el sacerdote catalán Jordi Bertomeu, que ha sido designado por el Pontífice argentino como responsable de llevar a buen término el final de esta truculenta historia. Cuando las sospechas sobre el Sodalicio parecían ser sólidas tras denuncias que llegaban por varias vías al Vaticano, el Papa Francisco decidió poner en marcha en el verano de 2023 lo que él mismo presentó como una «misión especial» encabezada por el cura de Tortosa, que es oficial del Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano, y el arzobispo maltés Charles Scicluna, secretario adjunto del departamento vaticano responsable de gestionar la crisis de los abusos. Ambos viajaron hasta el país andino, con la experiencia atesorada en otras plazas como México y Chile, y conocidos ya como el FBI del Vaticano, para corroborar de primera mano las irregularidades y el proceder mafioso y sectario.
Trabas por doquier
Además, desde entonces hasta hoy han podido constatar que, lejos de reconocer la gravedad de los hechos con propósito de enmienda y conversión, las trabas se han multiplicado, buscando zafarse de la auditoría vaticano, intentando engañar a Francisco y deslegitimando a los investigadores pontificios. Aunque se tiene constancia de que ya desde los años 70 hubo quien denunció los primeros abusos en el seno de la institución, el poder social, económico y político del Sodalicio logró silenciar cualquier pronunciamiento en su contra, tanto en Perú como en Roma. Hasta octubre de 2007. No se pudo mirar para otro lado cuando la policía encontró a uno de los mandamases del grupo, Daniel Murguía Ward, en un hotel con un niño de 11 años, al que iba a tomarle fotos desnudo. Fue la antesala para el verdadero punto de inflexión, que tuvo lugar en 2009 cuando los periodistas Pedro Salinas y Paola Ugaz publicaron el libro «Mitad monjes, mitad soldados», una investigación en la que no solo incluían el relato de una treintena de víctimas, detallando las humillaciones a las que eran sometidas, sino el complejo engranaje que utilizaban los responsables del Sodalicio para enriquecerse.
Los obstáculos que se encontraron los redactores de «The Boston Globe» para destapar los abusos en la diócesis norteamericana no son nada comparadas con las amenazas de muerte y la campaña de difamación que han sufrido hasta prácticamente anteayer tanto Salinas como Ugaz, que se han visto en procesos judiciales, allanamientos de morada y drones espías con tal de que desistieran en su empeño de destapar la verdad del Sodalicio.
A finales de 2010, Figari renunciaba a ser superior del movimiento «por motivos de salud». Hasta la fecha nunca ha reconocido abusos sexuales, tan solo «graves errores, fallos y ligerezas». En paralelo, se frenaba en seco la causa de beatificación de Germán Doig Klinge, el que fuera vicario general del Sodalicio al verse envuelto en algo más que rumores. Varias víctimas le presentan como un depredador sexual que recuerdan cómo les pedía que les penetrara para «experimentar para ayudar a otros» o masturbaba a sus acompañante como un ejercicio de energía espiritual.
El intento por subir de forma fraudulenta a los altares a uno de sus primeros líderes comenzaba a tornarse en una bajada a los infiernos. En su camino, se encontraron con Jorge Mario Bergoglio, un pastor argentino con callo que conocía cómo se las gastaban sus perseguidores y que ha sabido dar un golpe en la mesa como Obispo de Roma y desenmarañar un entramado hecho a imagen y semejanza del hermetismo que pregonaba su fundador: «El que obedece nunca se equivoca».