Al borde de otro abismo
Los seres humanos estamos jugando con fuegos peligrosísimos que nos ponen al borde de la extinción. Las armas nucleares, el cambio climático y ahora la Inteligencia Artificial, algo que da poder tiránico a las máquinas. Ya sabemos que a esas máquinas las programan humanos, pero qué humanos, cuántos, qué intereses tendrán. Si otorgamos el poder a unos pocos seres supertecnológicos, capaces de seguir ciertas pautas manipuladoras de otros pocos, la conciencia y la realidad existencial estarán en riesgo capital. Nos dicen que la IA bien utilizada puede ser algo positivo, pero ¿quién nos asegura que solo se pone al servicio de un desarrollo humanista y saludable? Es casi imposible y contradictorio que engendros maquinales puedan ponerse al servicio de la vida humana.
Si miramos el panorama global es para echarse a temblar. Si miramos lo que ya está ocurriendo con las nuevas tecnologías no es para menos. La manipulación de la información nos está haciendo desconfiar de la verdad, y la necesidad de la verdad es algo innato e imprescindible en las personas. Muchos de los gobiernos regentados por mandatarios de cuestionable equilibrio mental y moral, pactarán con la inteligencia falsificada para conseguir objetivos economicistas e inmorales, reflejo de sus propios cerebros desnortados. Si una bomba nuclear puede acabar con el planeta, una bomba de mentiras con afán maquiavélico acabará con la cordura de las gentes, ya bastante deteriorada. Científicos, filósofos, hasta el Papa Francisco ha alertado sobre ello en varios foros, alegando que algo tan extraordinario como esa inteligencia, mal utilizada puede violar la dignidad humana y la sed de la verdad. La verdad, algo subjetivo, sí, pero solo perceptible ante los ojos de un ser humano e inverosímil ante un robot.
Y aún existe un riesgo mayor a causar daño en las manos equivocadas, y es que esas manos pertenezcan a la propia tecnología, capacitada para mejorar sus algoritmos y tomar el control. ¿Quién las apagará entonces? Quizás, después nos convertiremos en anacoretas o androides tristes. Por favor, no lo consintamos. Tenemos que parar este progreso alucinado.