La chapuza narrativa
Todos están de acuerdo: la subida de las pensiones y los beneficios del transporte público se podrían aprobar inmediatamente con todos los partidos a favor. Lo único que se pide es que el Gobierno presente las iniciativas correctamente. El intento de obligar a sus opositores a aprobarlas en un mismo decreto entre otras ochenta medidas –algunas contradictorias entre sí– era una chapuza procedimental. Una gigantesca torpeza legislativa de tan alto riesgo que así les ha salido. Ahora, la presidencia del Gobierno puede hacer dos cosas: insistir en su trágala e intentar culpar a la oposición de que esas medidas no salgan adelante o presentarlas correctamente y conseguirlas en pocos días para beneficio de todos. La oposición lo tiene más fácil: le basta tan solo con recordar que todo puede estar aprobado antes de tres semanas con un simple Consejo de Ministros extraordinario. En veintiún días, cuando los pensionistas vean en su cuenta los números de la paga de febrero, se acordarán de la madre de alguien y desearán vivamente que esa progenitora hubiera hecho más esfuerzos por fabricar hijos menos ineptos.
Cabría imaginar que, puestas así las cosas, cualquier mente sensata gubernamental discurriría que, cuanto más tarde en cambiar Sánchez su táctica inmovilista, más en contra se le volverá y más perjudicará a los españoles. Pero ya hace tiempo que el amor propio manda más en Moncloa que la lógica. Hay quien piensa que el PSOE se encuentra cómodo con que las medidas no salgan adelante y satanizar a los demás por ello. En los últimos tiempos, es cierto que están más preocupados por el relato que por la eficacia administrativa. Están absolutamente obsesionados con convencer de que son bondadosos. Pero nadie ha pedido tales excusas. Su obsesión puede medirse por el nivel de decibelios y número de palabras por minuto que emite la ministra Montero para justificarse. Cuando la envían a emitir sapos y culebras con esa metanfetamínica vociferación menos femenina que un palillo entre los dientes, todos sabemos que eso significa que en presidencia hay preocupación por el qué dirán. El público empieza a pensar que resulta muy desagradable que los ministros se expresen de esa manera. No sé, un poco más de solemnidad, de asertividad mayestática, suele ser lo que se espera del rango ministerial. Estaría bien que se nos concediera eso a cambio de nuestros votos e impuestos, en lugar de ejemplos de histrionismo y ataques de nervios.
Pero la primacía de la propaganda por encima del trabajo está provocando que los ministros tengan hipotecadas sus agendas a las necesidades del relato. Es momento de recordar y preguntarse: ¿por qué no acudió Pedro Sánchez a la misa de funeral de las víctimas de Valencia? Tres ministros tuvieron que cambiar su agenda a última hora, al ver los titulares de la prensa, para acudir corriendo a intentar imponer su versión. Cuando algo necesita tanta justificación retórica es porque no se sostiene por sí mismo.
Febrero está a la vuelta de la esquina y el momento del ingreso en el banco de la nómina de los pensionistas se acerca, minuto a minuto, cada día. Es tal la enfermedad de orgullo que sufre el Gobierno que es capaz de insistir en volver a presentar el batiburrillo de medidas en bloque y ofrecerle a Junts lo que desee con tal de que vote a favor. Como siempre, le llamarán negociación a esa transacción desesperada de cosas que son de todos. Y al decreto ómnibus tendrán que bautizarlo ya como trolebús. Todo para negar esa evidencia que conoce todo el mundo desde primero de guardería en política: que es imposible administrar correctamente un país a golpe de decreto.
Piensen por un momento en la incongruencia y el contrasentido: la economía española progresa razonablemente gracias al sentido común de la población que sigue adelante asertivamente cumpliendo esforzadamente con su trabajo a pesar de las veleidades de los políticos. Y, en ese marco de logros generales, los pensionistas concretos de a pie tendrán que sufrir cobrar menos dentro de un mes por un tema, ajeno a ellos, de soberbia y falta de autocrítica. Tic, tac… Febrero se acerca y eso no hay relato (o chapuza narrativa) que lo pueda tapar.