Trump y la batalla cultural
Cuando la reverenda Mariann Budde, obispa episcopal de Washington D.C., suplicó al presidente Donald J. Trump que tuviera «piedad con los más débiles», quizás descuidó la noción de que su país es la punta del iceberg de la llamada «batalla cultural». El reingresado inquilino de la Casa Blanca ha decidido asumir una agenda con el propósito de acabar con la ideología «woke». Para un ciudadano que entiende que la libertad y la responsabilidad son inseparables y que ciertos valores tradicionales no pueden negociarse, la propuesta de Trump, no solo les hace sentido, sino que la celebran y la asumen como propia. La reverenda Budde mostró un tono conciliador y llamó a la unidad; un discurso, en términos de forma, plausible. Sin embargo, como en cualquier guerra, hay heridos de ambos lados. Además de minorías que podrían estar socialmente amenazadas por el discurso del presidente, también hay trabajadores que deben autocensurarse en sus empresas evitando manifestar que se oponen al aborto o la ideología de género por temor a ser discriminados, o bien, padres que tienen miedo de opinar sobre los modos como la educación sexual se imparte en las escuelas públicas. Budde comete una injusticia por omisión.
Hay un segmento importante -aunque no mayoritario- del voto trumpista que sostiene su apoyo al líder republicano a partir de las vísceras, de las emociones. Y no se trata de justificar la polarización ni mucho menos la violencia. Pero sí de comprender que haya resistencia a la imposición de una agenda progresista promovida desde el partido demócrata y con el apoyo de empresarios como George Soros. La reverenda, con su llamada de atención, no trabaja en esa vía sino que alimenta la confrontación, exacerbando la dicotomía e ignorando a la otra mitad de sus conciudadanos. Así, la «batalla cultural» difícilmente dejará de ser maniquea.