El regreso de Trump: geopolítica, tecnología y el futuro del liderazgo global
El orden internacional no volverá a ser tal y como lo conocemos. Donald Trump ha tomado posesión como el 47º presidente de Estados Unidos en un contexto doméstico y global marcado por una profunda polarización. Tras décadas de hegemonía americana, la primera potencia mundial está siendo discutida por China, que aspira a ser la mayor economía del mundo en el 2037 según datos del Centre for Economics and Business Research (CEBR). En este escenario, EEUU quiere volver a liderar el mundo. Para ello, Trump ha anunciado cambios estructurales y un enfoque disruptivo que podría redefinir tanto el sistema político estadounidense como el orden global.
Uno de los elementos más llamativos de esta nueva administración es que será el primer Gobierno tecnocrático en la historia de Estados Unidos. Las políticas económicas estarán diseñadas con la colaboración de líderes de gigantes tecnológicos como Google, Amazon, Apple, Meta o OpenAI. Y de manera explícita por parte de Elon Musk, CEO de Tesla, Space X o Twitter (ahora X), que se encargará del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). Este modelo de colaboración entre el sector público y privado promete tener un impacto significativo en las políticas públicas, especialmente a través del control y el aprovechamiento de datos masivos.
Este 2025 viene marcado por un primer gran cambio geopolítico: la vuelta de Trump a la Casa Blanca abre nuevos horizontes que son esperanzadores para algunos y preocupantes para otros. Trump vuelve libre de ataduras y dispuesto a revolucionar la política americana y el orden internacional. El contexto político y social no es el mismo que cuando tomó posesión como 45º presidente de EEUU. Todo ha cambiado. Trump regresa con experiencia de gobierno y dispone de una agenda política renovada, enfocada en abordar la Revolución Digital y recuperar el poder global que desde la (aún) primera potencia mundial percibe como erosionado, principalmente por la influencia de China. En este contexto, las alianzas tradicionales de Estados Unidos están siendo reconsideradas. Europa ha dejado de ser una prioridad porque el interés de Washington se centra en contrarrestar el ascenso del gigante asiático y reforzar alianzas con nuevos países emergentes. Esta reconfiguración internacional ofrece a la Unión Europea la oportunidad de jugar un papel clave entre las dos grandes potencias, especialmente liderando el debate sobre el uso de la tecnología y la inteligencia artificial. También ofrece a China una oportunidad para reforzar sus alianzas comerciales con la Unión Europea.
Trump promete transformar la relación entre el Gobierno y las grandes corporaciones tecnológicas. Con la participación directa de líderes del sector tecnológico, la administración busca integrar la innovación tecnológica en el diseño y ejecución de políticas. Un ejemplo paradigmático de esta visión es el proyecto StarGate, una gigantesca infraestructura de procesamiento de datos impulsada por empresas como OpenAI, SoftBank y Oracle, con una inversión estimada de 500.000 millones de dólares, equivalente a un tercio del PIB español.
El objetivo de StarGate es desarrollar una superinteligencia artificial que coloque a EE. UU. a la vanguardia de la innovación tecnológica global. Aunque se trata de una iniciativa privada, el Gobierno ha prometido acelerar su desarrollo mediante incentivos y apoyo regulatorio. Este proyecto no solo generará más de 100.000 empleos, sino que también abrirá el debate sobre los límites éticos y legales del procesamiento masivo de datos y su impacto en los derechos fundamentales de los ciudadanos. Este es (sólo) uno de los grandes proyectos que se realizarán los próximos años. Según un informe de PwC, se espera que la inteligencia artificial contribuya con más de 15 billones de dólares a la economía global para 2030.
Europa y Estados Unidos: Dos visiones diferentes sobre la regulación de la Inteligencia Artificial y la tecnología
En EEUU hay un creciente enfoque por generar un marco regulatorio más laxo para el uso de la tecnología. Esta visión se contrapone con Europa, que ha adoptado una postura más restrictiva en la regulación digital con iniciativas como la Ley de IA y la Ley de Servicios Digitales (DSA). Estas normativas buscan proteger derechos fundamentales, garantizar la seguridad y establecer principios éticos en el uso de tecnologías avanzadas.
El contraste del (nuevo) modelo regulatorio americano y el europeo plantea una pregunta clave: ¿cómo encontrar el equilibrio entre regulación y desarrollo tecnológico? Un exceso de regulación, como señala el informe Draghi, podría sofocar la innovación, aumentar los costes para las empresas y dificultar la entrada de nuevos actores en el mercado. Por otro lado, la falta de regulación puede derivar en abusos corporativos, vulneraciones de privacidad y desigualdades sociales. Por eso, se debe hacer de la necesidad virtud, y se debe de encontrar un equilibrio adecuado entre regulación y competitividad. Como decía el expresidente del BCE en su informe, “es importante que la regulación se diseñe de manera coherente y simple”.
Un debate adicional: la ética en el uso de la tecnología
La creciente incidencia de las empresas tecnológicas en la elaboración de políticas plantea importantes dilemas éticos. La gestión masiva de datos y el desarrollo de la inteligencia artificial requieren un debate global sobre los límites éticos y legales de estas tecnologías. En este contexto, Europa puede desempeñar un papel crucial al liderar el debate sobre los estándares éticos y la regulación sostenible en la tecnología.
Estamos en un momento de redefinición de las dinámicas geopolíticas y tecnológicas en un mundo cada vez más competitivo. El desafío de la nueva administración de Estados Unidos será equilibrar la ambición tecnológica con los principios éticos y democráticos, asegurando que el progreso no comprometa los derechos fundamentales.
Esta nueva etapa de Trump la Casablanca plantea un gran interrogante: ¿será capaz de transformar el liderazgo global mientras enfrenta los retos de un mundo multipolar y tecnológicamente interconectado? Sólo los hechos dirán si este nuevo rumbo llevará a una época de renovada hegemonía estadounidense o si se consolidará la transición hacia un orden internacional más fragmentado y donde China cada vez tenga un papel más predominante.