La parodia sanchista
¿Por qué no presentar un decreto-ley exclusivamente de apoyo a los afectados por la DANA? Hubiera sido lo lógico. Hasta lo humanitario. Lo habría votado el PP. Pero eso no hubiera seguido el modo de hacer política de Sánchez. El socialista prefiere tener algo que vender. El presidente mercadea, sabe cuáles son las demandas de sus socios, y tiene calado a Puigdemont. Sabe que Junts quiere que los catalanes piensen que retuerce la mano al gobierno de España, como hizo Pujol en su día, y orillar así a ERC. De esta manera Sánchez convierte una debilidad en un modo de vida. Ahí empieza la parodia.
El presidente dice primero que el decreto ómnibus será inamovible y luego vende caro a Junts su desguace. Es una nimiedad, y para el resto tiene siempre alguna trampa legal que resolverá otro día. Sánchez procrastina con maestría. Así, si hay que ceder a Junts la tramitación de una moción de confianza, se hace anunciando que después se discutirá su presentación o no. En ese tiempo Sánchez sigue en el poder sin alteración hasta la próxima vez que Puigdemont quiera algo. Es su modo de gobernar, ir partido a partido, como dijo después del Consejo de Ministros.
El empecinamiento con el decreto ómnibus no era un error, era facilitar un triunfo al gusto de Puigdemont, de esos que parece que está forzando a Sánchez a hacer lo inimaginable. Pero el presidente lo tenía todo pensado. Si realmente hubiera estado preocupado por los damnificados por la DANA o por los pensionistas, habría desguazado el ómnibus hace una semana.
Sánchez finge que cede cuando en realidad la cesión está pensada y medida. Calibra el impacto en la opinión pública y la reacción de la oposición del PP. Más tarde, con tanto mimo como práctica, desarrolla un relato con un cronograma para la teatralización.
El objetivo es que el PP quede como el fulero pillado con malas compañías, Vox. De hecho, cada semana el sanchismo saca un nuevo vocablo. La pasada fue la «tecnocasta» para referirse a los amigos de Trump. Esta semana es la «coalición negacionista», en referencia al PP y Vox porque criticaron el decreto ómnibus –como hizo Junts–, en medio de «bulos» que hicieron mucho «ruido». Suena cómico, pero Sánchez ya tiene su propia jerga partidista, ese idioma oficial de los maestros de la manipulación política, y lo usa para borrar sus huellas y que nadie vea el enorme timo de su parodia, de ese modo de gobernanza que degrada la democracia.
El círculo lo cierra el equipo de opinión sincronizada. También está planeado. Es así que sus medios, a continuación, apuntalan a Sánchez narrando la noticia de modo que se entienda como quiere Moncloa. Por eso dicen que el presidente solo «cede gestos» a Junts, mientras «deja al PP sin argumentos». En esto los populares deberían estar más avispados, dejarse de insultos a Trump, y no sentarse a hablar con Junts ni del tiempo. La sensación de que siempre les pillan fuera de juego es muy nociva.
El presidente Sánchez ha conseguido poner en marcha una parodia que le funciona para seguir en Moncloa. Su estabilidad depende de Junts, y ha logrado establecer un tipo de relación de intercambio que no le perjudica. Gana Puigdemont, pero Sánchez nunca pierde. Entre ambos tensan la cuerda, y los dos sacan rendimiento.
Todo es una parodia con apariencia de democracia. Uno amenaza al otro con dejarlo caer, y el otro con convocar elecciones. Los neoconvergentes coquetean con los populares, pero los socialistas no se ponen celosos. El fugado sabe que el presidente va de farol, y el presidente conoce que el fugado no quiere que se vaya.
Mientras, los ministros repiten el discurso que se les proporciona y lo cambian cuando se les ordena. Hay un maestro de escena, y los actores no tienen libreto propio ni improvisan. Luego está el público, nosotros, que nos lo podemos creer o no.