Un Brexit sin resolver cinco años después del divorcio con la UE
«Este no es un fin sino un comienzo. Es el momento en que amanece y se levanta el telón de un nuevo acto. Es un momento de verdadera renovación y cambio nacional», destacó Boris Johnson aquel 31 de enero de 2020 en un mensaje dirigido a la nación desde Downing Street, donde se proyectó un reloj con la cuenta atrás. Llegada la media noche, las históricas fachadas de Whitehall –donde se encuentran todos los ministerios– se tiñeron de los colores de la Union Jack, al tiempo que la bandera dejó de ondear en Bruselas.
Los europeístas lamentaron «el gran error». Los euroescépticos festejaron «el día de la independencia». Ya no había vuelta atrás. El Brexit era ya una realidad. Tras casi medio siglo como miembro de la Unión Europea, Reino Unido culminaba una salida difícil aún de procesar.
Desde su unión en 1973 a lo que entonces era la Comunidad Económica Europea, las relaciones de Londres con Bruselas siempre fueron complicadas. Los británicos no se sentían cómodos con una unión que giraba cada vez más hacia la cohesión política. Pero pocos vaticinaron que el plebiscito de 2016 desencadenaría un divorcio.
El primer sorprendido con el resultado fue el propio David Cameron, artífice de la consulta. Envalentonado tras el triunfo del referéndum de Escocia en 2014 (donde ganó finalmente la unión, aunque se vivieron momentos de pánico con petición de auxilio incluso a Isabel II), el entonces «premier» convocó la consulta sobre la pertenencia a la UE para evitar rebeliones en las filas conservadoras ante el auge del partido euroescéptico UKIP, liderado por Nigel Farage. En definitiva, nunca hubo un clamor popular para abordar la cuestión. Todo fue una maniobra interna entre los «tories». Y Cameron lanzó un gran órdago, pero le salió mal.
Anand Menon, director del respetado «think tank» UK in a Changing Europe, asegura que cinco años después, sigue habiendo muchas cuestiones sin resolver, «como el impacto de devolución de competencias o la alineación y divergencia regulatorias». Por no hablar de Gibraltar que, a día de hoy, sigue en el limbo. Por otra parte, destaca que el mundo ha cambiado. «Y mucho», matiza. La guerra de Rusia en Ucrania, la creciente asertividad de China, la tensión en Oriente Medio y el regreso de Donald Trump a Estados Unidos son retos difíciles que Reino Unido debe afrontar ahora en solitario, mientras lucha por mantener su estatus en el tablero internacional.
«Este es el escenario para la nueva ronda de negociaciones porque Londres y Bruselas deben revisar este 2025 el Acuerdo de Retirada y el Acuerdo de Comercio y Cooperación», explica el experto.
Tras casi dos décadas con los «tories» en el poder, en Downing Street está ahora el laborista Keir Starmer y aunque su objetivo es «reiniciar» las relaciones con la UE, sus tres líneas rojas –no al mercado único, no a la unión aduanera, no a la libertad de movimiento– impiden grandes avances.
El hecho además de que Nigel Farage, el «enfant terrible» de la política británica e íntimo amigo de Donald Trump, cuente por primera vez con asiento en Westminster supone una amenaza para el primer ministro. Pese a su mayoría absoluta, no quiere dar oportunidades a la oposición para que le acusen de «traicionar» el resultado de plebiscito y quiere evitar a toda costa un debate que la sociedad británica quiere dar ya por zanjado.
Tras el Brexit (con una ajustada victoria de 51.89% frente al 48.11%) llegó el «Bregret». Desde 2022, hay más votantes que preferirían volver a la UE respecto a los que quieren seguir fuera (44% frente al 40%). Con todo, no hay apetito por repetir un plebiscito que dividió profundamente a la sociedad acabando incluso con amistades y relaciones familiares.
«El vínculo entre Reino Unido y la UE seguirá cambiando, independientemente de que se revisen formalmente o no los textos jurídicos clave que la rigen. En definitiva, el Brexit es un tema amplio y complejo que nunca quedará realmente resuelto», cree el analista.
Las consecuencias económicas no fueron tan catastróficas como auguraban algunas previsiones, entre otros no hubo éxodo de la City y no se llegó a la recesión. Es complicado, además, mantener al margen la pandemia y la inflación derivada de la guerra de Ucrania.
Con todo, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (organismo público independiente que analiza las finanzas del país) concluyó que «el volumen de las importaciones y exportaciones de Reino Unido será un 15% menor a largo plazo frente a la permanencia en la UE, lo que conduce a una reducción del 4% en la productividad, con el efecto completo después de 15 años».
Respecto a la migración, protagonista absoluta de la campaña del referéndum con el mantra euroescéptico de «recuperar el control de la frontera», la cifras, lejos de reducirse, han llegado a niveles récord. Las estrictas nuevas reglas para entrar al país han reducido la llegada de los comunitarios. Pero la entrada de extracomunitarios se ha disparado. Antes del Brexit, la migración neta (diferencia entre los que llegan frente a los que salen) era de 250.000. Ahora es de 728.000.
Por cierto, el Brexit no zanjó la guerra civil en el Partido Conservador, solo sirvió para intensificarla. Tras la dimisión de David Cameron (que abandonó Downing Street tarareando una canción, esto es literal), su sucesora, Theresa May, fue forzada a salir por el núcleo duro del partido durante unas tortuosas negociaciones donde reinó el caos más absoluto en Westminster. Por su parte, Boris Johnson –convertido en el «rockstar» de la causa euroescéptica, por puro oportunismo, que no por convicción– terminó devorado por sus propias polémicas con el «Partygate» en plena pandemia de coronavirus. La fugaz Liz Truss, que apenas estuvo un mes, representó el ocaso de la formación. Y aunque Rishi Sunak intentó retomar la seriedad y el pragmatismo, era ya demasiado tarde. En 2024 los «tories» cosecharon los peores resultados de su historia, dejando como legado un Brexit aún sin resolver.