Apoteosis del mal gusto

Será por llamar la atención, y a buena fe que lo consiguen, pero cada año los Grammy se superan por el mal gusto en el vestir de sus participantes y premiados. Este año han batido récords inasumibles dos mujeres: Beyoncé, con un vestido que hacía rebosar hasta el infinito sus prótesis mamarias, y la mujer de Kanye West, Bianca Censori, de profesión diseñadora y arquitecta, que no deja nada a la imaginación y aparece con una malla color carne que revela toda su anatomía, prodigiosamente exuberante, y la exhibe por delante y por detrás con tanto orgullo como gallardía. Otras optaron por el luto, lo barroco en grado extremo, lo grotesco y hasta lo monjil, pero con una característica común, que es el mal gusto, el feísmo y lo vulgar.

En este último capítulo, en el de la vulgaridad, sería importante señalar la moda de llevar vestidos abiertos en los costados, o en la espalda, o en el estómago o en cualquier otra parte, pero siempre con el propósito de enseñar piel, lo que han dado en llamar «cut out», que hasta han lucido algunas personas señaladas de ciertos ámbitos de la sociedad, no sólo actricitas, o modelos, o cantantes o las consabidas «influencers».

Está muy bien eso de marcar las virtudes de nuestro físico y ocultar los defectos, pero los diseñadores y los popes del estilo quizá debieran estudiar algunas opciones más imaginativas para que las creaciones se centraran más en favorecer a quienes las portan que en despertar reacciones de provocación sexual, cuando no la risa, de quienes las contemplan.

En este sentido cabría señalar un anuncio de David Beckham que exhibe su tatuada anatomía, nada patológica, en un anuncio de calzoncillos de una conocida firma de moda, marcando su prominente sexo. El lema de la campaña es bueno, «sé tu propio jefe» y los comentarios no han dejado de circular. El más gracioso dice: «Mi esposa está aquí, amigo», y el más envidioso añade: «Parece de 20 centímetros, pero no es verdad».