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La Iglesia busca vocaciones, pero no a cualquier precio

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Solo dos de cada diez españoles se reconocen como católicos practicantes. Y a la baja, atendiendo a las encuestas del CIS. Los sacerdotes son cerca de 15.000, unos cinco mil menos que hace treinta años. En el caso de la vida consagrada, nuestro país pierde cerca de mil cada año sin que haya una renovación, y contabiliza 32.531 religiosos y religiosas de vida activa. En apenas unas décadas se ha pasado de una sociedad eminentemente cristiana a una cultura secularizada que ya no conoce ni el «Jesusito de mi vida».

Esta es una de las razones que han llevado a la Conferencia Episcopal a celebrar este fin de semana el Congreso Nacional de Vocaciones. Bajo el lema «¿Para quién soy?», cerca de tres mil delegados de diócesis, congregaciones y movimiento se reúnen hasta hoy con una dinámica de grandes ponencias y talleres, y reactivar su pastoral para reconectar con la ciudadanía en un complejo «casting» de líderes para el presente y futuro en parroquias, conventos, colegios…

Para lograrlo, el presidente de los obispos y arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, considera que hay que dar una respuesta a una sociedad individualista redescubriendo «un nuevo yo» que pase al «nosotros». Así lo expresó en la apertura del macroencuentro. El cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, cree que «no hay que inventar otra cosa» que no sea «integrar la fe en la vida cotidiana». Sin embargo, el también vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española sí que ve necesario que la propia Iglesia salga «del encasillamiento y la autorreferencialidad». «Dios nos saca de las absolutizaciones que dificultan la convivencia, polarizan y nos impide aceptar al diferente», señala, sabedor de las tensiones internas que hay en la propia Iglesia.

Este ejercicio de autocrítica se respiraba en la conferencia inicial, elaborada por el equipo organizador y expuesta por la periodista Ana Samboal y el jesuita Alfonso Alonso-Lasheras, en la que se deja claro que «la vocación no es algo solo de curas y monjas, toca ‘meterse a laico’». Desde ahí, reconociendo que «la cultura reinante es anti-vocacional», también se alerta del peligro de que la Iglesia caiga en la deriva de «crear otro mundo».

«Venimos de una época de vacas gordas en la que cada uno resolvíamos por nuestro lado y ahora nos estamos dando cuenta de que llevamos tiempo en vacas flacas y que necesitamos caminar en comunión, en mi caso, para que todas las instituciones de la Iglesia llevemos juntos a Cristo a los jóvenes», se sincera Raúl Tinajero, director de la Subcomisión para la Juventud e Infancia de la Conferencia Episcopal Española. «No se trata de ir a pescar, no se trata de ir a cazar, se trata de que el joven abra su corazón para descubrir qué es lo que Dios quiere para él, sea el matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada», apunta, con el convencimiento de que se trata de «acompañar» en todas las dimensiones de la persona, sin presionar y abrumar. Tinajero recuerda que ya en la preparación del Sínodo de los Jóvenes que el Papa Francisco convocó en 2018 «los propios jóvenes nos pidieron que se les cuidara de principio a fin, que se contara con ellos y se les hiciera partícipes». Fruto de ese empeño es el Servicio de Pastoral Vocacional que puso en marcha la Conferencia Episcopal hace un año, contando con todas las realidades eclesiales del país.

«Tenemos que hacer una reflexión seria, fuerte y profunda sobre lo que somos realmente, porque el mundo de hoy no logra captarnos», admite a LA RAZÓN Jesús Díaz Sariego, presidente de la Conferencia Española de Religiosos (Confer). El sacerdote dominico pone en valor cómo hay «personas muy comprometidas e instituciones implicadas en el ámbito social y atendiendo otras dimensiones de la persona que sí son testigos creíbles, que hacen pastoral vocacional con su vida, aunque no sean reconocidas o vistas como tales».

Ante la tentación de llevar a captar vocaciones a toda costa para rellenar los huecos que quedan vacíos lo mismo en monasterios que en seminarios, Díaz Sariego mantiene que «no hay que rebajar el nivel». «Tenemos que ser muy exigentes en los procesos vocacionales y, sobre todo, a la hora de las admisiones, tanto para el sacerdocio como en la vida consagrada», sentencia el también provincial de los dominicos. Desde ahí, urge a acompañar a la persona en su camino hacia la madurez, «desde una formación integral que busque el equilibrio emocional, psíquico y afectivo». Lejos de buscar a candidatos

perfectos, señala la importancia de abrir espacios en los que los futuros religiosos, sacerdotes y laicos comprometidos «sean capaces de superar sus heridas para integrarlo en su vida».

«La crisis vocacional está en la crisis de las comunidades, no tanto en la persona que tiene que desarrollar su vocación como en la comunidad eclesial que debe ser sujeto vertebrado y protagonista que lo promueva», expone Eloy Moreno de la Fuente, catedrático de la Facultad de Teología del Norte. A la par, apunta que «echar la culpa al mundo es una manera de autoexculparse, porque el problema está dentro, no fuera».




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