Demagogia y salario mínimo
El último cacao del Gobierno tiene por protagonista al Salario Mínimo, instrumento con el que la izquierda hace demagogia para subrayar que, subiéndolo, ayudan a los más desfavorecidos, cuando es lo contrario. Cuanto más sube, más perjudica a los jóvenes, al servicio doméstico o a otros empleos que las empresas estiman prescindibles. El hecho de que en España las cifras del paro parezcan buenas, no es por el efecto irrisorio de la subida de 50 euros en el Salario Mínimo Interprofesional, sino porque los números están engordados por un insostenible incremento del empleo público y el maquillaje de los fijos discontinuos.
Pero subir el salario mínimo no crea empleo. Al contrario. Lo explicaba bien Walter Williams, profesor de la Universidad de Virginia, hombre de raza negra forjado a sí mismo tras superar una infancia de pobreza en las calles de Filadelfia. Para él, el SMI es una conquista para los desprotegidos, pero también «una auténtica tragedia para los pobres».
¿Por qué ? Porque cuanto más bajo es el precio de algo, más demandado será, y cuanto más alto, menos. Trasladándolo al salario mínimo, una de las crueldades de su incremento es que perjudica a los trabajadores menos cualificados, incluidos los jóvenes, que son los primeros en perder el empleo cuando las empresas se ven obligadas a pagar determinados sueldos por unas actividades de las que pueden prescindir. Recordaba que la obligación de pagar el SMI acabó con miles de puestos de «repostadores» en las gasolineras, con los acomodadores en los cines, con los cobradores de autobús, con otras muchas profesiones que dejaron de existir, y sus miembros pasaron al paro. Williams no fue nunca ningún racista sino lo contrario. En su juventud de negro pobre y sin recursos, fue seguidor de Malcolm X, lo que no le impidió aceptar trabajos de todo tipo, desde limpiabotas a cargador de muelle, camarero, cartero y otros, en los que echó jornadas intensivas que compatibilizó con estudiar hasta llegar a la Universidad. Pasó a profesor y luego a comentarista de radio, articulista y autor de libros sobre economía, con un bagaje que le permitió emitir sin mayor problema opiniones libres, contrarias, por ejemplo, a la discriminación positiva de los negros, o a ésta sobre el salario mínimo. Decía: «¿Qué es lo que le permite a un trabajador de la Samoa americana disfrutar de un nivel de vida alto? ¿Un salario de 3,26 dólares la hora o un 7,25 dólares la hora que no puede percibir por estar en paro?». Porque era el paro el resultado de los incrementos del SM, según él.
El paro adolescente total, por ejemplo, se situaba en un récord del 25 por ciento, mientras el desempleo entre los adultos rondaba el 10. También se registraba un máximo histórico en la tasa de paro entre los varones adolescentes negros, que alcanzaba el 50 por ciento. ¿Por qué el desempleo entre los adolescentes, especialmente entre los adolescentes negros, era mucho mayor que el desempleo adulto? La respuesta era simple para Willians: uno de los efectos de la subida del salario mínimo es que quienes primero pierden su empleo son los trabajadores menos cualificados, en cuya categoría los adolescentes están desproporcionadamente representados, y son los más afectados.
Cierto que millones de personas, sin mala intención, pero con poco conocimiento, según el profesor, creen como Yolanda que subiendo el SMI van a ayudar a los más necesitados, cuando la realidad (en una economía no dopada por la deuda, el empleo público y el maquillaje del fijo discontinuo) es que mientras más sube el SMI más se perjudica a los que menos tienen. Que ahora van a tener que hacer hasta la declaración de la renta.