Pánico a enamorarse
Nos alertan de que vivimos en una sociedad donde el miedo a enamorarse está a la orden del día. Los expertos nos enseñan que la filofobia es un miedo persistente e intenso a enamorarse o amar a otro. Este no amor puede ser galante o general, es decir, pánico a hacer pareja o pánico a amar a cualquiera.
Las películas, las obras de teatro nos han narrado desde siempre este pavor al compromiso, al darse, a abrir el corazón en canal a otro ser. En las comedias esto se resuelve felizmente y el fóbico, con la paciencia inquebrantable de su víctima, consigue superar ese mal y termina arrojándose a sus brazos. En las tragedias la cosa acaba mal, como manda la tragedia. Aunque, como decía no sé quien, la diferencia entre estos dos géneros depende del momento en el que se eché el telón.
Imaginen el siguiente acto después del: “y fueron felices y comieron perdices”. Podría ser aburrimiento, cuernos, broncas, divorcio… Así es la vida, así somos. La dificultad de amar y ser amados es tan antigua como el humano mismo y, como los psicólogos aseguran, suele venir de una carencia en la infancia.
Madre abrumadora, padre ausente. O tal vez madre depresiva, padre ausente… Casi siempre, según indago, se habla del padre ausente, algo muy lógico en un mundo hecho para las guerras por el dominio de los territorios ajenos. Los traumas infantiles, fruto de padres traumatizados, suelen ser el origen de la poca salud mental del planeta, algo que va en aumento y que justifica esta alerta de la filofobia.
Pero somos tan complicados que esta falta de leche y de miel parental lleva a muchos a buscar el amor desesperado en la calle. En ese hombre maduro que podría ser el padre, o en esa mujer brava que te lleva látigo en mano. De cualquier forma, los animales humanos necesitamos el amor para sobrevivir. Lo verdaderamente difícil es amar bien. Y eso, cuando no se ha aprendido de niño, hay que aprenderlo durante toda la vida.