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La estrategia que hay detrás de la opereta orquestada por Trump con Zelenski en el despacho oval

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Uno de los grandes éxitos diplomáticos del tándem Nixon-Kissinger fue el restablecimiento de relaciones diplomáticas con China recién estrenada la década de los setenta. Las relaciones de Mao Zedong con Nikita Jruschov atravesaban momentos delicados y los Estados Unidos aprovecharon tal coyuntura para confraternizar con China, enemigo acérrimo desde 1949. En febrero de 1972 Richard Nixon se convertía en el primer presidente norteamericano en visitar China culminando lo que vino en denominarse “Operación Marco Polo”. Una operación desarrollada con un secretismo propio del mejor John le Carré: Kissinger se sintió indispuesto durante una visita a Pakistán en 1971 y debió retirarse a descansar durante unos días, cuando la realidad fue que voló en secreto a Pekín –con la complicidad del premier pakistaní Yahya Khan- para entrevistarse con Zhou Enlai.

El espectáculo ofrecido desde el Despacho Oval de la Casa Blanca guarda claras reminiscencias con el episodio narrado en tanto en cuanto el fondo del asunto interesa de lleno las relaciones entre China y Rusia, si bien el carácter es totalmente distinto en estos momentos. Ayer se puso en escena una opereta perfectamente orquestada desde la Casa Blanca, con Zelenski de polichinela, para contrabalancear las ahora excelentes relaciones entre Moscú y Pekín.

La pregunta de un periodista sobre la indumentaria del presidente ucraniano, pese a no tratarse de una rueda de prensa, fue el pistoletazo de salida, continuado con la intervención de J.D. Vance sin que su presidente le diera la palabra, como debiera haber sido. Zelenski “entró al trapo”, que diría un castizo, ofreciendo la coartada necesaria para que Trump lanzara su mensaje que poco o nada tenía de improvisado y mucho de premeditada intencionalidad en tanto en cuanto: 1) cuestionó el liderazgo de Zelenski como presidente ucraniano; 2) se aproximó a las teorías Rusia; 3) escenificó su distanciamiento de los socios atlánticos al mostrarse equidistante entre los contendientes; 4) satisfizo las expectativas de sus votantes.

Las reuniones previas con el francés Macron y el británico Starmer, como aperitivo del posterior encuentro con Zelinski formaban parte de la tramoya necesaria para representar uno de los episodios más bochornosos conocidos en diplomacia internacional. En el 2022 ya manifestó J.D. Vance que “Realmente no me importa lo que le pase a Ucrania.” En esa misma entrevista también afirmó el ahora vicepresidente que, “No creo que Vladimir Putin sea una amenaza existencial para Europa”. Así piensa Trump, y mucho me temo que no solo del conflicto en Ucrania, sino también de la OTAN. No en vano sus declaraciones objetan implícitamente la necesidad de la existencia de la organización atlántica o, cuando menos, la necesidad de la pertenencia de los Estados Unidos.

Trump cuestiona la existencia de la OTAN cuando asegura que no defenderá a los miembros de la organización que no estuvieran al día de sus contribuciones monetarias, o afirma que podría invadir Groenlandia perteneciente a un miembro de la organización. La creación de la OTAN en 1949 tenía como objeto garantizar la seguridad de occidente frente a la Unión Soviética y sus aliados, y considera Trump que tal peligro ya ha desaparecido. Pudiera no faltarle razón si consideramos que hasta la invasión de febrero de 2022, nada ocurrió aunque ambas naciones se saltaran a la torera el memorándum de Budapest de 1994, se auspiciara el europeísmo en detrimento de Rusia durante la revolución naranja del 2004, y el Protocolo de Minsk de 2014 fuera como haber firmado en agua. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Entiende el presidente americano que el mundo continúa divido en dos bloques, pero es China, y no Rusia, quien lidera uno de ellos. No se trata exclusivamente de geopolítica y mucho menos de asuntos bélicos, como primaba durante los años de Guerra Fría, sino de una guerra comercial USA-China que es el fin último de las estrategias de Trump. El resto, desde las expulsiones de emigrantes, las subidas de aranceles, las propuestas inmobiliarias para Gaza, el despido masivo de funcionarios para adelgazar la carga impositiva de los ciudadanos, las propuestas de firmas de acuerdos para la explotación de tierras raras en Ucrania… y suma y sigue, se antojan fuegos artificiales para distraer la atención del asunto sustancial.

Aunque Rusia haya cedido el papel de Prima Donna a China no pude ser considerada mero actor de reparto. Su influencia en países como Irán referente indiscutible en el mundo árabe y eventual enemigo nuclear confieren a Rusia el papel de primer barítono, cuando menos. Pero incluso más importante que tal extremo es la singular relación establecida entre Putin y Xi Jinping a raíz, precisamente, de la guerra de Ucrania.

El posicionamiento inequívocamente atlantista de Joe Biden en este conflicto no solo impidió el acercamiento diplomático o el inicio de conversaciones de paz, sino que propició el acercamiento entre dos naciones antagónicas desde el conflicto Sino-Soviético de la década de los sesenta. Esa tendencia es la que pretende revertir Trump y su equipo y, según mi análisis, es la clave para entender lo ocurrido ayer en la Casa Blanca.




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