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El narco también contamina: las garrafas de los "petaqueros" amenazan Doñana

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Los «puntos» que avisan de la presencia policial, los que ofrecen el garaje de su casa como «guardería» de droga, los «petaqueros» que surten de gasolina las narcolanchas y hasta bares cercanos al puerto que hacen 20 bocadillos antes del cierre para un grupo que va a alijar esa noche. No todos los que viven del tráfico de droga están cerca de ella. Alrededor de la figura del narco, el que tiene los contactos para conseguir la droga, el que pilota la embarcación y el que la distribuye, hay cientos de personas que viven de forma directa o indirecta del negocio. La Policía Nacional alerta de que en muchas zonas de la costa andaluza –especialmente del Campo de Gibraltar y aledaños– el dinero derivado del narcotráfico (sin hablar del que se blanquea) ha corroído ya a gran parte de la sociedad. Cuanto más «inocente» parece la tarea, mejor aceptación tiene entre la gente de estas localidades, por otra parte, tan castigadas por el desempleo.

Es el caso de los petaqueros, el «narcotrabajo» en alza que el Congreso de los Diputados está a punto de frenar en seco. El pasado mes de diciembre el Senado aprobó una Proposición No de Ley para reformar el Código Penal y endurecer algunos aspectos de la lucha contra el narcotráfico como el «petaqueo», que no es otra cosa que suministrar combustible a las embarcaciones que transportan droga. El objetivo es que deje de ser una sanción administrativa (lo que ocurre en la actualidad, si el valor de lo incautado no supera los 50.000 euros) y empiece a ser considerado delito.

Aunque los agentes de Estupefacientes no aspiran a que esta ley (ni ninguna) consiga frenar al narco, sí creen que ponerle trabas, como fue la prohibición de las narcolanchas en 2018, ayuda a rebajar su sensación de impunidad. «Los petaqueros no son un mero facilitador, son claramente un colaborador necesario, es evidente que sin su cometido, los narcos no podrían trabajar como lo hacen ahora». Así de claro lo ve el comisario Alberto Morales, responsable de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional. Aunque considera esencial que el resto de países hagan lo propio y remen todos en un mismo sentido. «Si no puede pasar como con las narcolanchas, que aquí se prohibió su fabricación pero si las traen de Italia o Portugal no avanzamos mucho». En este sentido, Morales avanza que Portugal ya está tramitando una ley muy similar a la de España en cuanto a estas embarcaciones.

Pero hasta que se consiga una homologación, al menos europea, el narco sigue trabajando y reinventándose constantemente. «Aunque haya organizaciones claramente definidas por una sustancia o otra hay un proceso de reconversión porque han visto que, teniendo la logística, pueden meter lo que sea: hachís, cocaína y hasta armas». Lo asegura José Francisco Podio, inspector jefe de la Sección de Cannábicos, que explica cómo han ido mutando estos clanes con el paso de los años. Ya no son siempre un grupo jerárquico, con un rol establecido y que te ampara en caso de que las cosas se tuerzan. Ahora funcionan como «autónomos» a quienes «subcontratan» trabajos. Es decir, externalizan los servicios, como el caso que nos ocupa: el suministro de gasolina a las narcolanchas o «petaqueo» (porque llaman «petacas» a las garrafas de gasolina).

«Hay tantos grupos que se dedican al petaqueo que compiten entre ellos y al final, los narcos suelen decantarse por el que se lo deja mejor de precio», explica Podio. Pero esto también se traduce en bandas más pequeñas, más herméticas y complicadas de investigar: «En una organización, cuando hay mucha gente, hay demasiada “boca” y siempre hay algún eslabón más débil, por lo que es más fácil una filtración».

La proliferación de estos grupos de petaqueros ha supuesto también un incremento de la competencia y la rivalidad entre ellos, que ha llegado en ocasiones a situaciones muy violentas como «vuelcos» (robos, en el argot) de la mercancía. Y es que la escalada de violencia de las organizaciones es otro de los problemas a los que se enfrentan los investigadores: no solo porque en el mar las embarcaciones no paran y da lugar a embestidas con el triste desenlace que hemos visto en el último año, sino porque las organizaciones hasta ahora respondían cuando había una caída. «Te ponían un abogado y te daban algo de plata para tu familia. Ahora no. Ahora es una empresa. ¿Tú triunfas y entregas el combustible? Te pago. Si no, no te pago y si te pillan, es tu problema», explica Morales.

Gasolineras low-cost

Estos grupos cogen el combustible en garrafas de 25 litros de gasolineras low-cost y las van almacenando para cargarlas posteriormente en embarcaciones de recreo (las alquilan o compran y ponen a nombre de terceros) que llegarán hasta el punto de alta mar donde las narcolanchas tienen su base de operaciones, a unas 40 o 60 millas. Allí esperan siempre con el motor en ralentí durante días (a veces hasta tienen que hacer relevo de la tripulación), hasta que les den las coordenadas del punto al que tienen que ir y emprender el viaje de ida y vuelta a por la droga. Al ser embarcaciones tan potentes, con varios motores y tener que estar siempre encendidas consumen muchísimo: unos 100 litros la hora.

Y como no es lo mismo repostar en tierra a que te lleven al gasolina a alta mar, los «petaqueros» le sacan buen margen: venden la «petaca» entre 100 y 300 euros, por lo que, como mínimo, si despachan 90 garrafas ya hacen 9.000 euros. «El problema es que es muy lucrativo y le han perdido el miedo», insiste Podio. «Y han aumentado los grupos que se dedican a esto porque al haber más droga, hay más trabajo», agrega Morales. «Ellos no van a parar pero hay que ponerles las mayores trabas legales posibles», zanja.

Amenaza los 30 Km. de costa de Doñana

Y en el fragor del relleno de combustible en medio de una operación de transporte de droga, lo último en lo que los narcos piensan es en el medio ambiente. Así, según van rellenando, van arrojando al mar las garrafas, así como todo lo que desechan: envoltorios de víveres tras pasar horas y horas esperando en el mar el mejor momento para alijar o restos de tiendas de campaña que llevan en la embarcación para guarecerse del frío y del calor. Todo va al agua.

«Todo va al agua siempre, al basurero por excelencia, pero en los últimos cinco años la presencia de garrafas se ha notado muchísimo porque son muy escandalosas», explica Iñaki Olano, de Ecologistas en Acción. «Además, hemos ido viendo cómo iban cambiando las modas: antes eran azules y ahora casi todas blancas, lo que contrasta mucho con el color del mar».

Estos envases y el resto de residuos que se arrojan (como el poliespan blanco donde guardan la mercancía los pescadores), los va devolviendo el mar a las playa. Los ecologistas insisten en que estos desechos del «petaqueo» ya están dañando el espacio protegido de Doñana, donde se agolpan las garrafas a lo largo de sus 30 kilómetros de costa. «Sabemos que el destrozo de Doñana puede que sea el último de los problemas del narcotráfico, pero desde luego es uno más», zanja.

Una reforma en camino

La Proposición No de Ley (PNL) para regular el narcotráfico, presentada por el Partido Popular, se centra en tres aspectos fundamentales: pide endurecer las penas a los narcos que cultiven, elaboren o trafiquen con drogas; contempla que las embestidas de las narcolanchas contra los agentes del orden se consideren una agravante del delito de atentado contra la autoridad; y, el punto más novedoso, que el llamado «petaqueo» se tipifique como delito y pueda ser condenado hasta con ocho años de cárcel.

En diciembre salió adelante gracias a la mayoría popular en la Cámara Alta y ahora están a la espera de su tramitación en el Congreso de los Diputados. El grupo socialista también la ha apoyado, aunque considera que habría que corregir aspectos formales y de contenido.




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