En manos de Trump y los radicales
Donald Trump ha revelado la vulnerabilidad de Europa, desmantelando los equilibrios establecidos tras la Segunda Guerra Mundial. El líder estadounidense aborda las relaciones internacionales como un juego de Monopoly, respaldado por una poderosa capacidad militar.
Para Trump, cada transacción es un juego de suma cero en el que EE UU gana a expensas de otros. El concepto de win-win desaparece, la cooperación se reemplaza por la confrontación y la diplomacia se considera una herramienta ineficaz que ha debilitado el liderazgo estadounidense.
Bajo esta perspectiva, Europa se convierte en un actor secundario fácil de ignorar. La agresión de Rusia a Ucrania representa un ataque a las fronteras europeas, creando un precedente peligroso. Trump no solo ha cambiado la postura respecto a este conflicto, sino que ha tratado de manera humillante a Zelenski, el agredido.
Los líderes de la UE son conscientes de esta situación y han tomado medidas para aumentar su capacidad defensiva, incrementando el gasto militar. Este rearme no solo mejora la potencia armamentística, sino que también envía un mensaje a EE UU de que el viejo continente quiere participar en el juego iniciado por Trump. Sin embargo, Europa enfrenta la falta de un liderazgo claro. Reino Unido sigue buscando un trato preferente con EE UU, Alemania está sumida en una profunda crisis política y Francia, aunque posee algunas herramientas, tiene a Macron desgastado.
En España, los intereses personales de Pedro Sánchez prevalecen. Ante el aumento del gasto en defensa, el PSOE ha perdido a sus socios de izquierda, mientras que los independentistas se desentienden de los problemas del Estado.
La única esperanza de Sánchez para cumplir con los compromisos europeos es Feijóo. En una democracia madura, los pactos deberían seguir el modelo alemán, donde los partidos centristas bloquean a los extremos.
En España existía una regla no escrita que se respetaba hasta la llegada de Sánchez al poder: gobernaba el partido más votado. El líder socialista rompió esta norma, dando protagonismo a minorías que han establecido su propia tiranía mediante vetos. Como resultado, el debate debería centrarse en los intereses del país, no en los intereses electorales de grupos radicales.