Dina, pros y contras fritos al teflón, por Mirko Lauer
En el Perú el 28 de julio es en buena medida la fiesta del presidente de la República. No ha sido el caso de Dina Boluarte el año pasado, y menos lo va a ser ahora. La presidenta llegará a su discurso más apaleada que antes, si cabe. Ya nadie piensa en sacarla del cargo, pero sí en hacérselo insoportable. Así, ella llega al 2024 patriótico bajo una lluvia de acusaciones.
Han aparecido cuentas bancarias no declaradas, acusaciones de organismos internacionales, como la CIDH, u oenegés como Amnistía Internacional. Los Rolex siguen haciendo tic-tac mediático a toda máquina. Las diversas acusaciones constitucionales aparecen más o menos a la misma velocidad con que se archivan. Pero el rubro muertos y relojes sigue firme.
¿Cómo ha hecho Boluarte para sobrevivir hasta ahora, entre tanta impopularidad y una performance tan mediana? Quizás la primera respuesta deba ser que ella no se ha metido con el Congreso y viceversa. Ya lo hemos dicho antes, pero hay que repetirlo: ella se ha supeditado a todos los poderes que la han rodeado, y ese es el secreto de su supervivencia.
La supervivencia viene consistiendo en que hay coincidencia en que ella entregará la presidencia en julio del 2026, no antes. Después de eso le espera el habitual vía crucis judicial de los presidentes y otros altos funcionarios. Pero eso no parece preocuparle mucho, pues se desentiende de problemas que es mejor resolver desde Palacio que más tarde.
¿Estamos hablando de teflón? Probablemente sí, si sumamos todos los puntos en contra que tiene acumulados. Está a su favor que su partida podría ligarse a la de los congresistas, algo que la vuelve socia de lo que el poeta Alberto Hidalgo hubiera llamado una cooperativa general para mantenerse en el poder.
Donde Boluarte tiene razón es en que las visiones catastrofistas de una oposición con capacidad de insurrección en calles y campos no tienen cómo ni cuándo materializarse. En pocas palabras, ella no tiene opositores de peso en ninguna parte. Pensemos no más que el hombre que inventó a Pedro Castillo ahora ayuda a inventar a Boluarte todos los días.
Acusar a Boluarte calma la conciencia, atacarla desflema el pecho. Pero ninguna de las dos cosas parece servir para construir una alternativa política atractiva y viable entre multitudes.