Un minuto de silencio, por Eliana Carlín
Nadie le pidió perdón a Rosa Rojas. Cuando se malogró el desagüe de la quinta en la que vivía en Barrios Altos, junto con su esposo y tres hijos, los vecinos se organizaron y decidieron hacer una pollada de recaudación para reparar el desperfecto. La fecha elegida fue el 3 de noviembre de 1991 y ese fue el último día en que Rosa vio a su esposo, el heladero Manuel y su hijo de 8 años Javier Ríos Rojas. El destacamento Colina, escuadrón de la muerte conformado por Alberto Fujimori, su asesor Vladimiro Montesinos y Hermoza Rios (del Comando Conjunto de las FFAA) equivocó el objetivo e ingresó disparando a quemarropa a los vecinos de Rosa. Muchos de ellos trabajaban como heladeros. Los asumieron terroristas equivocadamente. Después del shock de las balas, Rosa encontró que Manuel y Javier se encontraban entre los 15 muertos.
Rosa cargó el cuerpo inerte del pequeño Javier y lo llevó a la comisaría de la zona en busca de ayuda. “Déjalo ya. Tu hijo está muerto”, le dijeron ahí. No había nada que hacer, asesinaron a su niño y a nadie parecía importarle. Más de una década después, Rosa recibió una reparación de parte del Estado por ese crimen, parte de la cual usó para comprar dos nichos, para Manuel y para Javier.
Este es el legado real de Alberto Fujimori, el que Rosa carga en el pecho. No cabe priorizar discusiones –importantes también– sobre la destrucción de la institucionalidad, el golpe de Estado, el latrocinio de las privatizaciones y el debilitamiento del tejido social, obviando lo que han vivido tantas familias como la de Rosa, a quienes Alberto Fujimori no les pidió perdón nunca.
Ha muerto un sentenciado por asesinatos como el de Javier, quien hoy tendría 41 años. Se ha ido el símbolo y adalid del Perú autoritario, informal y la política del “sálvese quien pueda”. Murió en un momento preelectoral, por lo cual sus hijos no podrán sacar todo el provecho político de su partida como quisieran. Probablemente quien más pierda tras este suceso es Dina Boluarte, pese al duelo nacional, homenajes inmerecidos y al sometimiento público que presenciamos en vivo. Un minuto de silencio por Javier, y su papá. Su verdugo ya no está más entre nosotros.