Muerte de un candidato, por Mirko Lauer
Hasta un determinado momento algunos pensaban que una excarcelación de Alberto Fujimori cambiaría mucho las cosas en la política. Pero si acaso existía esa posibilidad, cuando él salió libre, en el 2023, ya era demasiado tarde. Aun así, hizo declaraciones jugando con una candidatura al 2026, y su hija Keiko lo secundó.
Recientes encuestas mostraron que la hija tenía un alguito de mejor intención de voto para el 2026. Lo cual volvió a plantear la cuestión sobre los orígenes del antifujimorismo. La trayectoria del padre había sido en blanco y negro, mientras que la actuación de la hija ha venido siendo en tonos de gris. ¿Ella heredó el anti de hoy, o lo produjo?
Probablemente las dos cosas. Sus tres candidaturas han sido interesados ejercicios de acercamiento y de alejamiento frente al padre encarcelado. Al morir, Alberto Fujimori la deja sin referente político, y en esa medida debilita su imagen. Fujimori deja de ser un apellido presidencial, y se suma a otros tantos de la política.
¿Qué deja el apellido? Por lo pronto un halo de conflictividad. Los sucesivos membretes y el actual partido de la hija han evitado poner fujimorista como palabra en el nombre. El asunto del anti sigue sobre la mesa. Fuerza Popular pesa porque es el partido mejor organizado del país, no por tener líderes carismáticos.
¿Alberto Fujimori fue él mismo un líder carismático? Quizás sí. Hubo un público que nunca olvidó su ayuda a la Fuerza Armada y a la PNP para la derrota de Sendero Luminoso, y tampoco su expeditiva solución a la hiperinflación. Los usuarios de servicios públicos y muchos empresarios hasta hoy agradecen sus privatizaciones.
¿Cómo será recordado? Igual que varios presidentes de épocas convulsionadas. Políticos de luces y políticos de tinieblas, constantemente rodeados de polémica, como Leguía, Velasco y García. Mucho dependerá de si la hija llega a ganar una elección. Pues entonces la oposición se dedicará al desgastante juego de las comparaciones.
Murió discretamente, como discretamente había administrado sus enfermedades. En un momento las abultó para cosechar grados de clemencia. Pero en otros momentos las ocultó, bajo el manto distractor de las descompensaciones. Tuvo muchas de esas, con frecuentes visitas a la clínica. Su muerte se anunciaba, pero nadie se la esperaba tan súbita. Después de todo, parecía estar en plena candidatura.