¿Por qué nos habla el cine de David Lynch?
He visto todas las películas del director norteamericano David Lynch (1946 – 15/01/2025), quien, por cierto, este pasado lunes 20 hubiese cumplido 79 años. Las he visto no pocas veces y me declaro dependiente de tres, entre las que puedo contar a Mulholland Drive (2001), premio a mejor dirección en el Festival de Cannes 2001, la cual, para cinéfilos y miles de cinemeros, está entre las diez películas más importantes en la historia del cine y, además, es de lejos el trabajo más contundente (el que más preguntas depara), hasta el momento, desde el 2000. Para nada poca cosa.
Así como hay escritores que tienen títulos que sirven como puerta de entrada a su obra, el mismo criterio lo podemos aplicar para los cineastas. En este sentido, Mulholland Drive cumple este cometido, proyecto que nos introduce en el universo de Lynch mediante un discurso visual onírico cuya trama tiene a la dinámica del cine como eje (metacine, dirán algunos). También citemos a Blue Velvet (1986) y últimamente a la serie Twim Peaks (en el periodo del 2017).
Se siente, pues, la partida de Lynch. Son contados los cineastas como él, con coordenadas crípticas si lo comparamos con la media de directores en actividad. Su trabajo proyecta una carga simbólica que obliga a expertos y seguidores a desentrañar los secretos que lo nutren en lo temático y formal. Pensemos en los cientos de grupos que se han formado alrededor de Mulholland Drive. Nadie sabe de qué va esta película (he ahí su gracia), pero la mayoría coincide en calificarla de obra maestra.
De toda la bibliografía que se ha escrito sobre Lynch, un título se impone como el adecuado para conocedores y para quienes no lo son: David Lynch. El hombre de otro lugar (Alpha Decay) de Dennis Lim.
Profesor y crítico de cine, Lim nos entrega un libro que ubicamos en la galaxia de la difusión. En lo personal, me satisface leer libros de este corte, escritos con el corazón del hincha y pensados sin salirse de su objetivo: brindar luces, en esta ocasión en doce capítulos, sobre la trastienda de las películas de Lynch y de lo que Lynch es para la cultura contemporánea. A saber, David Lynch es un catalizador para escritores, músicos, intelectuales y artistas plásticos de las últimas generaciones. Se deduce que no solo se fue uno de los principales directores de cine de la historia, del mismo modo un maestro que inspiraba a crear.
Uno de los tramos que nos dan una idea de quién fue Lynch, está referido al tratamiento psiquiátrico que llevó de joven. Lynch siempre se supo un hombre distinto y extraño (de ahí la razón del título y un guiño al nombre de uno de los personajes (enigmáticos) de Twim Peaks), pero ello no significaba que estuviera desconectado del mundo (los sueños y la realidad eran lo mismo para él). Cuando el psiquiatra le dijo que se curaría, el director en ciernes no volvió más a las sesiones. Lo que Lynch buscaba era nociones de lo que tenía, no curarse. ¿Qué tipo de director hubiera sido de haber querido curarse?, ¿acaso hubiera seguido en el cine?, son algunas de las preguntas que se formula el seguidor/conocedor, inquietudes válidas que hallan respuesta en la actitud de Lynch.
La referencialidad de Lynch descansa igualmente en la coherencia. Su cine no era únicamente artificio onírico llevado a los extremos, así veía la vida. Los maestros predican con el ejemplo. Artistas como David Lynch no aparecen así nomás.