Alejandro Estrada Mesinas: “Perú le debe pedir perdón a Polinesia”
Como ya lo hemos indicado en más de una ocasión, hay mucho tráfico en la literatura peruana, tantas novedades, campañas de posicionamiento y manifestaciones similares, como para dar cuenta de los libros al ritmo de los tiempos. Los libros no tienen caducidad y merecen una reflexión pausada antes de emitir un juicio valorativo. Vale esta inicial reflexión fugaz para dar cuenta de una novela que debería tener una especial atención, ya sea por su trama, su narración, su reflejo de época y sus personajes. El último de los polinesios (Lluvia, 2024) de Alejandro Estrada Mesinas contiene estos elementos, pero además una frescura de registro que se agradece, más aún en estos tiempos de forzadas piruetas verbales, y que hace de la novela, en sus coordenadas históricas, una muy buena representante de las novelas de aventuras.
“Esta novela, más mis tres novelas anteriores, son muy de aventuras. Yo comencé leyendo a Salgari. Yo tenía, en esa época, 12 años u 11 años. Y de ahí pasé a Verne. Me leí muchos libros de Verne, tengo ahora como 18 títulos de él. Después leí a Dumas, porque mi papá tenía todos los libros de Alejandro Dumas y catalogados por épocas. Recuerdo que empecé con Los cuarenta y cinco y acabé con las novelas sobre la Revolución Francesa de 1789”, señala Alejandro Estrada Mesinas para La República.
De sus tres novelas anteriores a la que nos cita, Tiempos de mar (también en Lluvia) en el año 2021 fue considerada como una de las mejores novelas peruanas de la temporada. Tiempos de mar es un canto de amor a La Punta y exhibe un hilo histórico que igualmente apreciamos en Catalina, la falsa iluminada (2020) y en De milagros y pendejadas (2005). Hay una apuesta del escritor por el asunto (argumento/historia), pero a la vez una libertad para abordar tópicos que extrañamente no son muy desarrollados en nuestra novelística contemporánea siendo muy atractivos para cualquier escritor.
Lo que hace Alejandro Estrada Mesina en El último de los polinesios es poner en vitrina una etapa breve, pero muy polémica, de la historia peruana. Entre 1861 y 1863, hubo una inmigración de polinesios a Perú. A la clase alta limeña, se le dio por tener sirvientes polinesios en sus haciendas. La novela empieza con una escena en la que un capitán de apellido Kearney les comunica a sus subordinados que ya no van a cazar ballenas, sino que ahora se dedicarán a un negocio más lucrativo, porque en Perú estaban pagando bien por polinesios, que tenían la fama de educados.
“Hace algunos años fui a Isla de Pascua. Fui a un pequeño museo, bastante pobre, que ahora ya creció mucho, y estaba viendo unos escritos. Se me acerca un rapanui -gentilicio de la Isla de Pascua- y me pregunta si soy peruano. Cuando le digo que sí, efectivamente, soy peruano, me dijo que acá no queremos a los peruanos. Yo me quedé frío. ¿Por qué?, pregunté. Y me respondió: porque se llevaron de acá a la mitad de la gente y la mataron”. Según cifras oficiales, 3634 rapanuis fueron capturados.
“Esta persona tenía el rostro compungido. Yo estaba escribiendo Tiempos de mar y me propuse escribir esta historia cuando termine ese libro. Pero la documentación en el Perú es muy pobre al respecto. En cambio, la documentación, sobre todo en la Universidad de Canberra en Australia, resultó muy interesante y muy detallada, con investigación en líneas de registro, en cartas consulares, etcétera. Entonces, ya pues, me puse a escribir, había encontrado una historia”, precisa el autor, quien añade lo siguiente: “Yo soy ingeniero, yo no estudié literatura, nada. Tampoco estudié historia. Tampoco fui a talleres. Todo lo que escribo es por haber leído tanto. Tengo muchísimos libros en casa. De todos los tipos. Peruanos, latinoamericanos, europeos, africanos, de todo. Y, entonces, el tema de los estilos y de entrar en el preciosismo verbal o en la introspección sobre los personajes, se me es difícil porque no he tenido la formación, pero a mí me gusta escribir, soy una persona muy curiosa”, enfatiza Alejandro Estrada Mesinas.
Muchos polinesios llegan a Perú y la historia se centra en el tránsito de dos rapanuis: Tuputahi y Kaivao. Tras este arribo, entra la protagonista atmosférica de la novela: la clase alta limeña, de la que nuestro autor realiza unas pinceladas que por históricas no dejan de ser actuales, en muchos tramos, la dinámica de la familia Sobemonte de Orote y Baigorria vendría a ser una metáfora brutal y festiva de una clase social muy preocupada por la apariencia de poder, con una jefa de hogar, María Cristina Rivasplata de Sobemonte y Baigorría, como máxima expresión de esa justificación existencial.
El escenario temporal de El último de los polinesios se ubica entre la guerra de la independencia y la guerra del Pacífico (1879 – 1884). Líneas atrás, subrayamos la cualidad del escritor para abordar tópicos que no son muy desarrollados en nuestra tradición novelística. A saber, en su novela Catalina, la falsa iluminada realiza una crítica feroz a Santa Rosa, pero ya en calidad de personaje. En El último de los polinesios desfilan personajes históricos y aunque no es un personaje con la configuración moral que se vio en Santa Rosa, resulta interesante las referencias sobre Miguel Grau, un hombre de guerra, un héroe nacional. Ese es el poder de las novelas de corte histórico, ingresan a las zonas no visibles en la historia de los pueblos. Y en el caso de Grau, pues se enriquece más su dimensión humana.
Sobre este punto, el cual podría suscitar una discusión, el autor expone:
“No tenía la menor idea al respecto, porque no me había puesto a leer exhaustivamente sobre Miguel Grau. Pero leí sobre él en un libro australiano y me puse a buscar más pruebas, porque los historiadores peruanos, principalmente los historiadores marinos, no dicen mucho de esta etapa en la vida de Grau. Dicen que él pidió licencia y uno de ellos precisa que hizo viajes a la Polinesia porque ya los había hecho como grumete, pero no dicen cuál fue el objetivo. Curiosamente, Wikipedia sí lo dice. Después otro autor lo detalla con más exactitud. Incluso tiene las anotaciones, las cuales están en Londres como una prueba de que él estuvo ahí. Miguel Grau, de acuerdo a lo que leí, fue a la Polinesia a traer polinesios. Y estuvo la suerte de que su barco encalló. Grau tuvo la intención de traer a los polinesios, pero no sabemos cómo los iba a tratar. No era el único marino que pidió licencia para traer a los polinesios”.
El respeto y culto a la figura de Miguel Grau es absoluto en Perú. Es muy probable que más de un autor de ficción la piense hasta dos o tres veces. Pero a sus 82 años, Alejandro Estrada Mesinas no está para rollos.
“Sí lo pensé, pero me dije lo tengo que mencionar. Grau es un capitán de barco, es bueno, conoce la Polinesia. Además, era joven y tenía un montón de hijos que mantener. ¿Cuánto le pagarían en la Marina? No lo sé. Pero vio esta oportunidad de hacer plata, como cualquier ser humano, pues, y dijo sí, voy a hacerla. A esta edad no tengo miedo”. Y el escritor añade un fragmento de un poema de Luis de Góngora: “Ándeme yo caliente y ríase la gente”.
Otra lectura que depara la novela es la siguiente: a lo largo de su historia, Perú ha tenido todos los componentes para ser un país víctima. Por un lado, tenemos la conquista y del mismo la guerra de la independencia, por citar dos ejemplos. Por este motivo, queda la sensación, tras la experiencia de la ficción, de que Perú se portó como un país victimario. Alejandro Estrada Mesinas no olvida el asombro, indicado líneas atrás, sobre lo que le dijo el rapanui en un pequeño museo en la Isla de Pascua sobre los peruanos. Esa cacería se hizo con autorización del gobierno peruano.
“Unos amigos me lo hicieron notar. Yo sí creo que Perú debería pedir disculpas por eso. Debe pedir perdón. Mira, la isla de Ata, que yo menciono, hasta ahora sigue deshabitada. Se llevaron a tantos que los que quedaron no podían sobrevivir, ni siquiera reproducirse porque no había suficiente gente joven. Y el rey de Tonga ordenó que mejor nos vamos a otra isla, dejando Ata deshabitada. Es una isla que está al sur de Tokio”.
Se deduce que en una novela de estas características haya muchos personajes. Uno de ellos quedará en el recuerdo: Elisa Sobemonte y Baigorria Rivasplata, la hija de don Manuel y María Cristina. Sin duda, una mujer adelantada para su época, dueña de sus decisiones, soñadora y con fe en las causas justas porque ayuda a Taputahi y Kaivao. Una mujer que va hacia adelante. El autor no niega a quien fue su influencia mayor para configurarla. Hablamos de un personaje que tranquilamente puede ser una mujer empoderada actual. “Fue de mucha influencia mi compañera Marfil Francke, que fue una feminista connotada. Ella me ha ayudado mucho para escribir sobre personajes mujeres, tenía una visión amplia de la vida”.