¡Tu oportunidad laboral está aquí! Convocatorias de trabajo con salarios de hasta S/8.500, del 19 al 25 de mayo
Escribe: Leyla Aboudayeh*
Durante su estancia en la Residencia de Al Lado, en el marco de la feria Pinta Lima 2025, Vázquez-Figueroa no solo presentó obra: absorbió estímulos, tensiones y gestos. “Como suele pasar, hay experiencias cuyo impacto solo se comprenden en retrospectiva”, dice. Y aunque su producción local fue limitada, su visita a museos como el Larco o el MALI y su encuentro con la historia textil peruana sembraron una semilla. “Siento que algo de esa geometría y paleta empezó a filtrarse en mi trabajo”.
No todo fue inspiración. Apenas llegado, un taxista despotricó contra los venezolanos sin saber que lo era. Días después, un locutor de radio comparó migraciones “buenas” —como la italiana de Donofrio— con la “lacra” actual. “Eso nos duele profundamente”, afirma el artista. “Durante años, Venezuela recibió miles de peruanos con generosidad. Hoy se nos olvida que nadie está exento de migrar”.
Pero Vázquez-Figueroa no se queda en la queja. Cree que el arte puede ayudar a cambiar imaginarios. “Una metáfora poderosa puede sacudir emociones y abrir una puerta a la reflexión. No todo se cambia con datos. A veces el arte enseña como un susto, como un chiste que te deja pensando”.
Esa convicción atraviesa toda su obra. Vázquez-Figueroa trabaja con bitumen —petróleo sólido— para esculpir piezas que lentamente se derriten, como su propio país. “Lo que me interesa es que la materia encarna el proceso de descomposición. No representa la crisis: la performa”. En una de sus obras más emblemáticas, Amor Fati / Eternal Recurrence, una cabeza del artista hecha en bitumen se vacía lentamente hacia su negativo, en un ciclo que podría tardar siglos. “Es mi forma de aceptar el tiempo, el absurdo, el destino”.
El exilio, reconoce, ha agudizado su mirada.
“Hay cosas de Venezuela que solo puedo empezar a entender desde mi vacío. El agujero no es lo que falta: es lo que organiza la obra desde dentro”. Sus piezas no buscan cerrar sentido, sino abrirlo. Y en ese gesto, hay una ética: “No se puede criticar desde un lugar puro. Todos habitamos el mismo sistema que queremos cuestionar. Pero desde dentro, podemos mostrar sus grietas”.
Su paso por ciudades como Caracas, Miami, Ciudad de México y Lima ha reforzado esa capacidad de leer los paisajes como archivos políticos. “Caracas es la ruina del progreso petrolero. Miami es el paisaje del exilio. Lima y Ciudad de México son capas superpuestas de historia. Nada es neutro. Todo cuenta algo”.
Frente a los discursos nostálgicos sobre el progreso y la modernización, el artista se mantiene alerta. “Ese modelo ya fracasó. América Latina no necesita parecerse a nadie. Su fuerza está en la diversidad, en la mezcla de saberes ancestrales y urbanos. Tal vez necesitamos menos: menos consumo, menos imitación. Más atención. Más respeto por lo que aún tenemos”.
Aunque su trabajo sigue siendo profundamente filosófico, Vázquez-Figueroa reconoce que es también personal. “Lo que leo, lo que me transforma, termina filtrándose. No es confesional, pero sí íntimo en otro nivel”.
Sus espejos negros, sus esculturas que se derriten, sus imágenes perforadas por agujeros, no buscan respuestas. Buscan incomodidad. “Cuando te ves en el espejo negro, te reconoces. Y también ves la distorsión. Esa paradoja —saber lo que hacemos y no poder dejar de hacerlo— es lo que más me interesa”.
En un momento donde el futuro parece cada vez más incierto, Vázquez-Figueroa no ofrece consuelo fácil. Pero sí una forma de mirar. Y quizás eso sea suficiente. Porque como él mismo dice: “Contemplar el daño, asumir la paradoja… puede ser el comienzo de algo”.
*Directora de Casa Fugaz y fundadora de Vocablo del Arte (vocablodelarte.com).