Un país incompleto, por José Ragas
Lo que se supone debían ser las dos principales obras de infraestructura de estos últimos cien años terminaron convertidas en un triste reflejo de lo que quienes dirigen el país (y quienes lo construyen) están dispuestos a ofrecer. El puerto de Chancay y el nuevo aeropuerto Jorge Chávez se han convertido en dos ejemplos de incompetencia por parte de los responsables y de cansancio e indiferencia por quienes deberíamos beneficiarnos de dichas obras. El que ambas se hayan inaugurado incompletas y a medio entregar resume muy bien lo que es el país en la actualidad y la imagen que damos al exterior.
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Además de su envergadura, ambas obras tienen como elemento en común la posibilidad de conectar al país con el exterior, en un momento en que la geopolítica está cambiando rápidamente y Perú necesita de dos insumos importantes para mantener su crecimiento y reputación internacional. De un lado, el comercio; de otro, los turistas. Ambos, el puerto y el aeropuerto, son espacios esenciales para garantizar que el país aproveche su posición geográfica como nodo en la circulación de personas, capital y bienes. No obstante, la improvisación ha puesto en peligro esta ventaja.
El megapuerto de Chancay es una de las mayores apuestas de China en el Pacífico. Perú fue uno de los espacios receptores más importantes de migración china en el siglo XIX y el megapuerto reforzará ese vínculo, permitiendo ahorrar hasta diez días en la travesía de las embarcaciones a través del océano. También permitirá que atraquen barcos con mayor capacidad, de modo que la carga sea redistribuida a Chile, Ecuador y Colombia. Tan solo en inversión, se estima que puede significar el 1.8 % del PBI cuando esté funcionando a plena capacidad. Para ello, se requiere no solo tecnología, sino habilidad política para negociar acuerdos comerciales que beneficien las exportaciones peruanas y generen puestos de trabajo alrededor de Chancay.
La construcción del megapuerto en suelo peruano permitirá integrarlo dentro del ambicioso sistema chino, la Nueva Ruta de la Seda, y de inversión en futuras construcciones. Pero esto no viene gratis, y hemos visto cómo la presión china por favorecer o incluso pasar por alto regulaciones de sus empresas en suelo y mar peruano tiene como contraparte la debilidad del Ejecutivo y de los demás poderes del Estado para evitar ser un cliente en vez de un socio estratégico de la región. El gobierno chileno ha reaccionado con una contracampaña para promocionarse como la entrada “natural” de Asia en el Pacífico, y es posible que desplace a Perú con la construcción de un puerto similar y un mejor cumplimiento en los tratos.
El aeropuerto, por otro lado, es una decepción. Se ha hecho notar hasta el cansancio las fallas y los problemas que tiene, y a pesar de eso se decidió comenzar a operar, poniendo en riesgo los vuelos y a los pasajeros. No entiendo cómo un elemento tan importante para el país pueda ser implementado con tanta ligereza y descuido, comenzando desde lo difícil e inseguro que es llegar al nuevo aeropuerto hasta la sorpresiva tarifa que será añadida a los pasajes que hagan escala en el mismo. Antes que solucionar un problema, el nuevo aeropuerto ha reforzado el centralismo de la capital, y esperemos que los turistas no se desanimen por las dificultades que tendrán que sortear al aterrizar y llegar a sus respectivos hospedajes o si se encuentran en tránsito hacia algún otro destino.
El riesgo de hacer funcionar ambas obras cuando se señala que no cumplen con los requerimientos de una construcción terminada afecta nuestra imagen interna y también a nivel internacional. Estos últimos años, la imagen del país no ha mejorado hacia afuera, y se ha visto agravada con los problemas que ocasiona la clase política. Antes que ofrecer nuevos escenarios e innovación, el aeropuerto y el puerto confirman que vivimos de glorias pasadas y que no estamos haciendo nada por cambiar esta situación.
En el fondo, hay un problema más grave. Después de estas dos obras, no hay planes de obras a futuro de la misma envergadura que estas. Se ha especulado sobre la construcción de una base espacial en Talara, que sería una de las más importantes a nivel de Sudamérica. Antes que una obra del gobierno, en realidad se trata de un regreso a los años de la Guerra Fría, donde las potencias elegían un lugar específico para extender su hegemonía a costa de la soberanía nacional. La construcción de dicha base es resultado de la tensión entre Estados Unidos y China, y los avances de esta última en la exploración espacial.
China ha realizado avances notables con su estrategia de la Nueva Ruta de la Seda y se ha manifestado en la Patagonia argentina, donde ha establecido una base espacial desde 2014. El avance del gigante asiático preocupó sobremanera a Estados Unidos, que ha buscado confrontarla construyendo estaciones similares en países cercanos y más amigables. Perú se presentó como una alternativa viable para que la NASA plantee la posibilidad de instalar una base aquí, llamada Spaceport. De tener éxito, cohetes y satélites podrían partir desde aquí, en un momento donde la exploración espacial viene siendo motivada por agentes privados como Elon Musk y Jeff Bezos, entre otros.
La construcción de infraestructuras en el país puede repetir lo ocurrido en estos últimos siglos con los recursos naturales: que no termine generando ganancias propias, sino que su aporte sea mínimo. Con dos obras como el puerto de Chancay y el aeropuerto de Lima funcionando a media marcha y sin que haya una preocupación real por solucionar estos problemas, perderemos una oportunidad para desarrollar el país y no ser tan solo un espectador mediocre que entrega obras a medio terminar.