¿Qué hacer por el Presidente?
El Presidente tiene la capacidad, la voluntad y la determinación de cambiar el país. Lo está logrando a contrapelo de la reserva de muchos, no los más, pero sí muchos que valen e importan. Es un cambio a la medida de sus prejuicios y de su particular visión del poder y de la historia. Es una transformación que arrolla mucho de lo existente, lo malo y lo bueno. Para bien y para mal no hay reversa; el Presidente, además de decidido, no es permeable a la crítica y difícilmente corrige, aunque sí lo hace cuando hay una respuesta enérgica en su contra como sucedió con la Guardia Nacional.
El Presidente tiene la singular capacidad para crear realidades a partir de las percepciones. Son realidades en el ánimo y las emociones de la mayoría de los mexicanos. Realidad subjetiva muy distante de la objetiva. La encuesta de GCE de los 100 días de gobierno muestra un elevadísimo acuerdo con la forma de gobernar y con lo que propone. Los consultados creen que tiene la capacidad para resolver los problemas; sin embargo, lo medible, lo concreto, lo que no es materia de opinión, revela el fracaso en dos temas fundamentales para los mexicanos: la seguridad y la economía.
El Presidente afirma que ya acabó la campaña, a propósito del abucheo a los gobernadores en los eventos masivos que se organizan en sus giras en los estados; sin embargo, en los hechos y las formas el ahora presidente sigue en campaña, lo mismo para denostar opositores, realizar una extensiva propaganda sobre su causa y un activismo político inédito desde los tiempos de Salinas y el programa Solidaridad. La campaña sigue y es evidente que así continuará, sobre todo, porque requerirá mucha actividad para interpretar los resultados adversos de su gobierno.
Algunos suponen que los problemas a la vuelta de la esquina le llevarán a la pérdida de respaldo popular; le subestiman y sobrestiman a la gente, no entienden el vínculo emocional que tiene con la sociedad. Su dominio de la agenda informativa le da para construir la realidad y trasladar a terceros la causa de las dificultades o de los tropiezos, sobre todo, si se asigna al pasado la razón de la desgracia presente. El Presidente señala que ha sido el neoliberalismo la causa de los problemas en la economía; la realidad es que él y su gobierno han sido factores para que la inversión privada se hubiera frenado en términos tales que comprometen severamente el crecimiento. Lo que diga el Presidente es altamente creíble para la gente y eso da para mucho, incluso para sobrellevar en muy buenos términos de aceptación la adversidad y, de paso, ganar los desafíos electorales en puerta.
El Presidente tiene el poder de mantener popularidad a pesar de desentenderse de aspectos fundamentales como es la desmilitarización de la seguridad pública o de asuntos básicos como son la despenalización del aborto, el apoyo a las estancias infantiles o a los centros de atención a las víctimas de violencia.
El escrutinio crítico y los contrapesos no son para que el Presidente fracase, justo lo contrario, son para que haya un mejor gobierno. Al Presidente hay que encararlo; su pasado de opositor sistemático le da para la tolerancia, aunque sus reflejos son no los de un estadista, sino los de un luchador social que arremete contra todo lo que no le es favorable. No hay que temerle, hay que decir lo que se piensa, cuando se coincide y más cuando hay disenso en lo que hace. El temor a hablar o a decir las cosas con claridad le hace daño. La democracia es saber decirle al poder qué sí y, desde luego, qué no. No se trata de disputarle al Presidente la causa de su razón, sino la razón de su causa. Él contará con el apoyo popular y solo una postura decidida y valiente como la de algunas mujeres con la defensa de su agenda es la que puede contener el abuso por descuido o por diseño.
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