Adiós, Roberto
La lamentable muerte física del escritor y promotor cultural Roberto Fernández Iglesias (1941-2019) me ha recordado que con él se inició una etapa fundamental del quehacer cultural en el Estado de México en las últimas cuatro décadas del siglo XX. Su aportación literaria como poeta y escritor es muy sólida, su magisterio en las aulas y en las causas que abanderó como promotor y protagonista lo sitúan también entre los principales propulsores de la evolución profunda de la entidad federativa más grande del país, y su papel crítico en la constitución de instituciones dedicadas a promover la cultura explican en mucho la admiración de la que es objeto por numerosos artistas y promotores culturales de generaciones subsecuentes.
Fundó el grupo literario Tunastral (‘tunAstral’ prefería que se transcribiera, pues así fue concebido por él y Carlos Olvera), que durante 54 años puso obras de teatro, editó revistas, libros y toda suerte de folletería literaria para acercar a nuevos públicos a la literatura; organizó exposiciones, foros, conferencias, encuentros de escritores; acercó los discursos de nuevos escritores al público de la capital del Estado de México y expandió su quehacer al vincularse con los escritores del Oriente de la entidad, con quienes mantuvo un fructífero intercambio de haberes literarios y artísticos en general.
Esa etapa de su quehacer cultural es paralela al desarrollo de su propia obra literaria: desde Recits (1969 y 1973) hasta El tiempo de recuerdo (2000), los libros de poesía y narrativa de Roberto Fernández Iglesias dejan ver un estilo sentencioso, largo y profundo, de un contundente sentido del humor, que lo distinguen de los autores de su generación. Ese estilo fue reconocido en numerosos lugares del mundo, incluyendo su natal Panamá.
Fue un gran maestro. Su sapiencia y, en no pocas ocasiones, su paciencia para mejorar las expresiones de autores incipientes le trajo numerosos seguidores a las actividades que realizaba, incluyendo aquellas que no eran propiamente literarias. Siempre apoyó a los jóvenes escritores, pues en ellos se veía reflejado.Sabía cultivar la amistad sincera, recíproca y honesta, fue generoso en todo, en primer lugar en compartir su saber de la literatura latinoamericana, acercando a los escritores de todas latitudes a sus clases en el aula.
Mucho se tiene que decir todavía de Roberto Fernández Iglesias, principalmente de su obra literaria, que se abrió paso en el páramo desolado de los públicos inertes que no saben que no saben y que pueden saber un poco más siempre. Los tocó con su poesía, los animó a salir a escucharlo, a leerlo, a transformarse. Su legado está más vivo que nunca, y es nuestro deber conocerlo y reconocerlo: de eso estoy seguro.
facebook.com/porfiriohernandez1969