El agua: gran reto compartido en la relación México-Estados Unidos
¿México y Estados Unidos están condenados a convivir en permanente tensión?, ¿la asimetría de poder es sencillamente ineludible? ¿Porfirio Díaz tenía razón cuando dijo: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”? Aunque pareciera que debido a la naturaleza de la relación bilateral es difícil alcanzar acuerdos, o bien que éstos son una imposición del vecino del norte, el tema del agua en la región fronteriza es, quizá, el reto compartido en el que más se ha avanzado en términos de cooperación.
De acuerdo con el Informe Mundial de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos, publicado en marzo pasado, el uso del agua a nivel mundial ha aumentado 1 por ciento cada año desde 1980. Lo anterior se debe principalmente al crecimiento de la población, la urbanización y las actividades económicas. La agricultura, por ejemplo, es la actividad que consume la mayor cantidad de agua, pues el 69% de la extracción anual de este recurso se destina a este sector. Le sigue la industria con 19 por ciento y los hogares con 12%.
En el continente americano, México es el país que presenta el mayor nivel de estrés hídrico físico (porcentaje de agua dulce extraída del total del suministro de agua renovable), el cual oscila entre 20 y 70%. A mayor porcentaje, mayor el número de usuarios que compiten por este limitado recurso. Pero la competencia por el acceso al agua no se limita al interior de los países: cada vez más se incrementa el número de conflictos internacionales que involucran la escasez del líquido. El reporte sobre Riesgos Globales 2019, elaborado por el Foro Económico Mundial, identifica la crisis del agua como uno de los cinco riesgos más importantes a los que se enfrentarán los países en este año junto con las armas de destrucción masiva, el cambio climático y los desastres naturales.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el mundo existen 276 ríos internacionales y alrededor de 600 acuíferos transfronterizos compartidos por dos o más países, los cuales abastecen de agua a 40% de la población mundial. Por tanto, los esquemas de cooperación internacional para el manejo hídrico se vuelve un tema crucial.
En 2017, el agua tuvo un papel importante en el surgimiento de conflictos en 45 países, principalmente en Medio Oriente y el norte de África. De mantenerse los cambios actuales en el clima, se estima que la falta del vital líquido en zonas áridas y semiáridas desplazará entre 24 y 700 millones de personas para el año 2030.
El hemisferio americano, y en particular la región fronteriza entre México y Estados Unidos, no escapan a esta tendencia mundial. Además, el uso y distribución del agua ha estado en el centro de nuestra relación bilateral desde el establecimiento de los límites fronterizos con el Tratado Guadalupe-Hidalgo (1848). 64% de nuestra frontera está delimitada por el río Bravo, por lo que, desde la conformación de nuestros países, México y Estados Unidos han tenido que sentarse a la mesa para discutir los márgenes colindantes, las consecuencias en el cambio del curso del río y, sobre todo, la distribución del agua proveniente de los ríos Bravo y Colorado para los sectores productivos de los dos países.
La importancia de nuestra región fronteriza para ambas economías no es menor. Tan solo para México, los seis estados de la frontera del norte representan 40.5% del territorio nacional, los cuales generan 25 por ciento del producto interno bruto (PIB). En el caso de Estados Unidos, California y Texas son los estados que contribuyen en mayor medida al PIB nacional con 14.5 y 8.7%, respectivamente. Además, el 80% del comercio bilateral se efectúa vía terrestre.
Para atender la demanda del agua compartida en la región fronteriza, México y Estados Unidos firmaron en 1944 el Tratado de Aguas, con el objetivo de delimitar claramente los derechos de ambos países sobre el uso y aprovechamiento del agua proveniente de los ríos Colorado, Tijuana y Bravo. Para tal efecto, México y Estados Unidos se han apoyado en la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA), la cual ha fungido como un mecanismo internacional, creado en 1889, para dirimir las diferencias territoriales y manejar el uso y distribución del agua con base en estudios técnicos. Sin duda, este es uno de los regímenes internacionales con mayor institucionalización, el cual ha servido de referente a otros países que comparten recursos hídricos.
Las sequías y ondas de calor en la cuenca del río Grande son cada vez más intensas, lo cual ha incrementado la falta del recurso indispensable para la vida. Esta zona atiende la demanda de agua potable de 6 millones de personas y el riego de 810 hectáreas en los dos lados de la frontera. Se calcula que tan solo la población que habita en la región de río Grande en el estado de Texas crecerá 75% para el año 2060, lo que indudablemente aumentará aún más la presión por el acceso al agua.
El Acta 323 del Tratado de Aguas, firmada en septiembre de 2017, renovó los esfuerzos y compromisos en la administración del agua entre México y Estados Unidos. La negociación estuvo marcada por una fuerte presión técnica y política. Los últimos 18 años presentaron la mayor sequía del río Colorado de los 112 años que se tiene de registro. Aunado a ello, el ambiente político elevó las tensiones bilaterales por la constante amenaza de la administración Trump de cancelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, suspender el programa DACA y construir el muro. Sin embargo, los representantes de la CILA alcanzaron un acuerdo benéfico para ambas partes. Esto fue posible gracias a la fortaleza de esta comisión bilateral que a lo largo de 130 años ha conseguido aliviar la tensión por cuestiones territoriales y ha delimitado con precisión los compromisos de entrega y distribución de un recurso tan valioso como el agua.
Más importante aún, este mecanismo ha logrado mitigar la asimetría de poder siempre presente en la relación bilateral en un tema crucial para el desarrollo económico y el bienestar de los ciudadanos de ambos lados de la frontera. Hemos podido sentarnos a la mesa en calidad de iguales porque compartimos el mismo reto. Quizás sea momento de imaginar que el nivel de cooperación alcanzado en este tema tan importante pueda lograrse también en otros ámbitos, igualmente críticos, de la relación bilateral.
* Doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad de Miami. Especialista en América del Norte