Un pendejo
De regreso del trabajo vi de pronto que del otro lado de la calle el tráfico se detenía. Resulta que un pendejo le chocó a un camión de volteo y quedaron de tal manera que bloquearon los dos carriles de aquella avenida. Lo que ocurrió fue que el flujo vehicular se detuvo y todos los carros se fueron acumulando a lo largo de tres kilómetros. Esto fue sobre la avenida Constitución. Ya sabe cómo se pone esto; la gente primero empieza a pitar frenéticamente, pero después de un rato entiende que si pita no se van a mover toneladas de vehículos, así que optan por apagar el motor, salir de sus autos y navegar en la red en sus teléfonos o, en caso de no tener uno, sobarse la bolsa escrotal mientras se resuelve el asunto. ¿Y todo esto por qué ocurrió? Simple: un vehículo se le metió a otro por querer ganarle el lugar y chocó, y esto ocasionó que cientos de personas detuvieran su camino e hicieran una pausa tonta e innecesaria, para perder valioso tiempo.
En la empresa donde trabaja una prima hay un sujeto que se la pasa metiendo grilla entre los empleados. Todo el día saca algo nuevo: un chisme, comentario pernicioso, patraña o prejuicio. No entiendo qué gana con esa actitud. Creo que hay algo que se llama “trabajo en equipo”, pero este individuo no parece enterarse del valor de esta práctica. El caso es que después de meses con esta práctica, sus esfuerzos rindieron fruto: la gente peleó, conspiró, se hicieron grupos y todo se fue a la mierda. Unos renunciaron, otros se cambiaron de departamento y a otros de plano los corrieron.
Thomas Midgley Jr. fue un químico estadunidense importante. Fue el precursor de la gasolina con plomo y de los clorofluorocarbones (CFC’s). Avanzaron las décadas y estos productos se usaban cotidianamente y nadie adivinaba el enorme problema que esto traería después; se descubrió que el impacto ecológico de tales sustancias había sido alarmante. Un reconocido historiador declaró que “Midgley tuvo más impacto sobre el medio ambiente que cualquier organismo de este planeta”. De hecho, las concentraciones de plomo en la atmósfera envenenaron a millones de personas y aumentaron las tasas de crimen en las grandes ciudades. Y de los CFC’s ni se diga: fueron los responsables de la disminución de la capa de ozono. Nomás.
Esa noche celebrábamos el cumpleaños de un compadre. Todo está bien. La gente conversa, bebe y espera a que el carbón alcance su temperatura para poner la carne. La música aviva el ambiente; todos reímos con bromas y comentarios chuscos. Alguien bebe solo. Trae un problema de actitud y a leguas se nota. Está bebiendo de manera equivocada. Se para, tambalea, atraviesa el pasillo donde está la gente y, con toda la mala intención, empuja a una dama, a la cual se le desparrama la bebida sobre el vestido de otra dama con la cual conversaba. El cínico, sin disculparse, se abre camino entre otras personas y eructa. Entonces se levanta la pareja de la señorita afectada y se hacen de palabras. Insultos, gritos, golpes. La cosa acabó naturalmente mal. De hecho, con ese incidente se terminó una fiesta que prometía durar por lo menos tres horas más. Pero eso no ocurrió por un pendejo borracho y sin escrúpulos decidió arruinar una carne asada. ¿Conoce a un mala copa así? Yo, a varios.
Estoy haciendo fila en el banco. Solo hay una caja abierta (no me explico por qué). La fila es larga y no avanza. Entre el letargo y el hastío se comienzan a acumular tensiones. ¿Qué coño pasa? Todos comenzamos a asomarnos hacia el frente. Ah, claro, lo que me temía: un pendejo discutiendo con la cajera por una pendejada. Y siguen. La pregunta entonces se vuelca sobre si el problema es del idiota que discute o sobre si el gerente debería abrir otra caja para darle fluidez a una fila que ya llega hasta la banqueta. O sea que tenemos dos pendejos actuando simbióticamente. Lo que faltaba.
El cuento sigue y sigue. Generales que pierden la mitad del territorio nacional, gente que arruina una obra de arte, etcétera. Sencillamente no hay final para esto. Lo que no me queda claro es cómo hacerle para evitar que esto ocurra. Hay que identificar a estos cretinos y ponerles un alto, sacarlos de la fila o echarlos de la fiesta o del negocio. Al chile.
El peligro es real, existe y se da todos los días, frente a nuestras narices. Siempre es un pendejo el que fastidia las cosas, y puede ser desde una carne asada con familia y amigos hasta la mismísima silla presidencial. Espero que esto último no sea el caso.
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