"El Jilguero": juzgando al libro por su película
El Jilguero (The Goldfinch; EE.UU. 2019) Uno de los libros favoritos en años recientes llega a la pantalla grande. El Jilguero sigue los pasos de Theodore Decker, un chico de 13 años que pierde a su madre en un bombardeo en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, quedando a expensas de diferentes familias, cambiando de geografía y conociendo amigos que marcarán su personalidad. La pieza para resolver algunas incógnitas de su vida es una pintura que había en el museo al momento del atentado, la cual lo obsesiona desde que la conoció. El Jilguero es tan desafortunada como adaptación que le quita a uno la curiosidad por, no digamos leer, siquiera hojear la novela en que se basa. Pretenciosa desde el momento en que parte de un atentado terrorista, romántica (explotativa incluso) en su descripción del duelo y caótica en la cantidad de giros que da, haciéndonos sentir que se está alejando del tema. Se nota que intentaron que fuera una de las películas grandes del año: basta con ver a Nicole Kidman en el reparto y al legendario Roger Deakins a cargo de la fotografía. El resultado es un relato errante que habla de muchas cosas y a la vez de ninguna con trascendencia. Si les gustó Extremely Loud & Incredibly Close (2011), El Jilguero tiene los mismos elementos, la misma sensibilidad fallida para tratar temas delicados.
Boda Sangrienta (Ready or Not; EE.UU. 2019) Entre fotógrafos de bodas, se conoce como trash the dress a la sesión de fotos en la que la novia, tiempo después de contraer nupcias, vuelve a usar su vestido blanco para destrozarlo con pintura, lodo, fuego o cualquier elemento que atente contra su pulcritud. Quizá inspirados por esta tradición, los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett se adjudican el mejor trash the dress de la historia en Boda Sangrienta, comedia de horror en la que una mujer recién casada masacrará su vestido tratando de salvarse de la familia homicida de su esposo. Grace acaba de casarse con Alex; heredero de la dinastía Le Domas. Después de la ceremonia, celebrada en la mansión de la familia del novio, sus suegros le cuentan que hay una tradición familiar de la que les gustaría que ella formara parte. Se trata de jugar al juego que ella escoja de un mazo de cartas. La carta que escoge dice que tendrá que jugar a las escondidas. Tratándose de un clan que hizo su fortuna en el negocio de los juegos de mesa, la costumbre parece normal. Lo que Grace desconoce es que las reglas del juego dictan que quien la encuentre en su escondite deberá matarla para consumar un oscuro ritual.
Las referencias nos vendrán rápido a la mente al ver Boda Sangrienta. Que si es una Huye de bajos vuelos, o que tiene guiños de Saw. Incluso hay quienes le vieron tintes de Downton Abbey. A diferencia de algunas de sus predecesoras en el género de horror, que intelectualizan fobias culturales en historias que sirven como metáforas, esta cinta no tiene subtexto y está orgullosa de su superficialidad. La usa a su favor con un tono cínico que casi llega a parodia, mesurándose justo en el punto en el que todavía funciona como terror. Partiendo del prejuicio que se tiene de las familias políticas y la excentricidad ocasional de la clase alta, el guión de Guy Busick y Ryan Murphy crea una muestra representativa del 1% de la población rica del mundo con una moral monstruosa, liderados por una estupenda Andie MacDowell en el papel de la suegra de Grace. La clave está en su protagonista, Samara Weaving. Su interpretación de novia cínica que podría o no estarse casando por dinero y que no necesariamente es moralmente superior a sus depredadores, la libera de esa aura de víctima indefensa. Su tráiler no invita mucho a verla, pero es una total sorpresa.
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