No es la corrupción
En la elección presidencial de 2018 el tema de la corrupción se colocó en el centro de la campaña y el ganador parece haber convencido que era el principal problema de México.
No estoy de acuerdo. El principal problema de México es la desigualdad y detrás de ella viene muy de cerca, la ausencia de un estado de Derecho. La corrupción es consecuencia de ambas.
No de súbito un grupo de mexicanos se enfermaron de corrupción. Y de casualidad ese contagio fue en el grupo gobernante y exclusivo de un partido político. Verlo así, es, en el subconsciente, el deseo de ser el nuevo beneficiario. La corrupción existe porque en la sociedad concurren condiciones e incentivos para que florezca.
La desigualdad en México es muy profunda. No solo es la amplia brecha entre pobreza y opulencia, son también, la diferencia entre el norte y el sur y el sombrío escenario de perpetuar las condiciones.
La educación, único elemento probado para equilibrar las oportunidades, se mueve en sentidos opuestos a su principio como el motor de la movilidad social. Mientras en Oaxaca los niños pierden clases por los paros de maestros, en Nuevo León los colegios particulares amplían horarios e inversión para que sus alumnos alcances estándares de clase mundial.
Ejemplos vivos de superación personal que escalan por sobre las adversidades y salen orgullosos de la pobreza e ignorancia, nos devuelven el optimismo a una Nación que debe romper su injusta estructura social porque reproduce vicios y estancamiento; induce daños tan fuertes como la corrupción rampante.
La desigualdad social en México es un piso muy disparejo; pero un estado de derecho roto agrega la garantía de impunidad el alimento más nutritivo para la corrupción y otros males.