Corrupción
La revista Letras Libres dedica su dossier de este mes a la corrupción. El eje es la publicación de un nuevo libro de Gabriel Zaid: El poder corrompe. El contexto, más implícito que explícito, es el gobierno de López Obrador. El lector no puede dejar de leer estos textos sin preguntarse por lo que el actual gobierno está haciendo para combatir este problema.
El fin, acabar con la corrupción o limitarla de manera significativa, tiene un consenso muy amplio. El problema son los medios. Elegir los medios adecuados exige un diagnóstico del problema: ¿cuáles son las causas de la corrupción? ¿Cómo atacarlas? Previamente, claro, está la definición del problema. ¿Qué es la corrupción? Una definición, pertinente a mi juicio, está en el título de una de los ensayos de Zaid: la propiedad privada de las funciones públicas.
Para el diagnóstico ayuda el texto publicado por Enrique Krauze, “Breve historia de la corrupción”. En polémica con la desafortunada expresión de Enrique Peña Nieto de que la corrupción es “parte de la cultura mexicana”, el historiador muestra que ese fenómeno ha tenido manifestaciones muy distintas a lo largo de nuestra historia. Lejos del lugar común, no ha sido una constante del alma mexicana, no es una costumbre nacional.
La había en la Colonia, pero no al grado en que muchos se imaginan. El Juicio de Residencia la limitaba. Con el triunfo de los liberales y durante los gobiernos de Juárez y Porfirio Díaz la corrupción estuvo lejos de ser un fenómeno generalizado. Lo fue durante y después de la revolución: el verbo “carrancear”, sinónimo de robo y despojo, lo expresa bien. Cárdenas lo limitó durante su gobierno. Aumentó con otros, como es sabido: los de Alemán, López Mateos, Echeverría. Se limitó en algunos. Pero no se trató de un límite sistemático, sino como un reflejo del estilo personal de algunos presidentes, más proclives a la austeridad, como Ruiz Cortínez y Díaz Ordaz.
Es claro que los mexicanos no estamos condenados por nuestro ADN ni por nuestra historia a ser corruptos. Fernando García Ramírez recupera una distinción de “La propiedad privada de las funciones públicas”: la corrupción política es distinta de la personal. La segunda estará siempre entre nosotros, como posibilidad. La política es sistémica. No es que en el sistema haya corrupción, es que la corrupción es el sistema. Hay que cambiarlo. No con buenas intenciones. Aunque no se abunda en el tema, es claro que la transparencia en la información gubernamental es decisiva en este combate. Que la información de los gobiernos sea accesible a los ciudadanos, periodistas, políticos de oposición. De la transparencia, debe seguirse la rendición de cuentas. El gobierno de AMLO, ¿tiene esta misma perspectiva? No parece. Su camino contra la corrupción empieza con la honestidad del presidente y sigue con barrer las escaleras hacia abajo. No hay preocupación por crear instituciones permanente, que trasciendan la honradez de los políticos en turno.
Las medidas concretas contra la corrupción, el encarcelamiento o renuncia de personajes acusados de la misma, parecen más bien, y de manera notablemente obvia, venganzas políticas que lucha por instaurar un sistema que evite la corrupción. Empezando con el castigo legal e imparcial de quienes hayan caído en esa falta.