Sobredosis de realidad
En un hermoso y trágico poema de su igualmente hermoso y trágico libro El sueño de una lengua común, Adrienne Rich comienza narrando una apacible vuelta a casa luego de pasar la noche con la mujer amada. Entra a la cocina, escucha a Nina Simone cantar “Here comes the sun”, bebe un café, y de pronto cae del correo “una fotocopia de algo escrito por un hombre/de veintisiete años, un rehén/torturado en prisión”. El hombre describe cómo ha sido torturado en los genitales, con un sadismo tal “que me mantienen constantemente despierto por el dolor…”. Finalmente concluye con una idea sumamente existencial: “Sabes, creo que a los hombres les encantan las guerras”. Roto el encanto previo, Rich rompe en lágrimas pues… ellos todavía controlan el mundo, y tú no estás entre mis brazos”.
Creo que esta viñeta ilustra como pocas algunos de los sentimientos prevalecientes ante el desajuste del mundo contemporáneo. Solo que en lugar de una fotocopia que comunica el dolor humano, a través de las redes sociales y diversos dispositivos tecnológicos vivimos casi todo el día una sobreabundancia de realidad, que creo es a lo que se ha referido Luis Felipe Fabre cuando afirma que “la realidad es la nueva ficción”, cuestión fácilmente constatable con la enorme cantidad de la producción creativa, de mejor o peor calidad, enfocada principalmente tanto en cataclismos metafóricos —como en las películas de superhéroes— o vinculada a registros hiperrealistas que por lo general discurren en torno a los fenómenos más cruentos de la época.
Y entre cada catástrofe política o nuevo exabrupto de los autócratas energúmenos (“ellos todavía controlan el mundo”) que parecerían querer gobernar a golpe de azuzar el odio y los sentimientos de ansiedad producidos por las ingentes desigualdades económicas de los tiempos, continúa ocurriendo aquello llamado vida cotidiana, entre una especie de impotente zozobra y la culpa de saberse ajeno a lo que millones padecen cotidianamente. Sin embargo, como bien ha dicho George Monbiot, en la práctica el fatalismo equivale a contribuir a empeorar el estado de cosas, y también es cierto que por ejemplo en temas como el cambio climático, cada vez hay iniciativas de mayor fuerza y visibilidad política para tratar de revertir el inminente desastre.
Creo que como ilustra de manera muy bella el poema de Rich, incluso las redes afectivas, los proyectos de participación cooperativa no orientados al lucro, el propio amor, la amistad, revisten en una época como la actual un enorme valor político, pues son rechazos tácitos a la narrativa dominante, estructurada a partir del poder, la competencia, la riqueza y la avaricia. Aunque no necesariamente haya razones específicas, el comienzo de cada nuevo ciclo permite pensar en que las cosas puedan ser distintas, así que ojalá la nueva década supere en todos los sentidos a la que está por concluir.