Final de década
En la última década panismo y priismo fueron en esencia un continuo social y político con una enorme coincidencia en lo económico y en las prácticas corruptas de sus élites, responsables además de exacerbar la desigualdad y controlar de forma artificial el salario. Los últimos gobiernos de ambos partidos trazaron el camino para el derrumbe del régimen.
Con la década termina también el festín neoliberal que permitió una concentración del ingreso sin igual en las élites y que hizo a tan solo cuatro empresarios (Bailléres, Larrea, Salinas y Slim) pasar de representar 2 por ciento del PIB a 9 por ciento en unos cuantos años (Concentración del poder económico y político, Esquivel, 2015), en un contexto, además, de bajo crecimiento económico y salarios congelados.
El neoliberalismo siempre predicó que antes de distribuir había que crecer, que la productividad era condición sine qua non para poder combatir la desigualdad, pero la gran paradoja es que en México aplicó al revés su prédica. La clase dominante logró incrementar su riqueza a pesar de un crecimiento económico mediocre gracias a la destrucción del Estado social y de la contención salarial.
Por eso la mejor noticia para México, América Latina y el mundo en desarrollo en la última década es el quiebre de esos gobiernos de ideología neoliberal y sus recetas que no hicieron más que incrementar la desigualdad.
Ningún cambio es sencillo. Desde la visión del privilegio cualquier medida orientada a redistribuir es populismo o clientelismo y prefieren imponer credenciales de pobre antes que entregar derechos universales.
Que aún no sabemos con exactitud hacia dónde vamos o qué ideología reemplazará al neoliberalismo, importa poco aunque para las élites desplazadas el neopopulismo da miedo. Temen al pueblo como sujeto social, como categoría política.
Termina la segunda década del siglo y uno se pone nostálgico pues no sólo despedimos el año sino que también hacemos recuento de lo ganado y perdido en una época marcada por la violencia pero también por la necesidad del cambio, que tampoco es garantía de mejoras inmediatas o paraísos artificiales.
No es muy alentadora, por ejemplo, la promesa del lopezobradorismo a los empresarios de no tocar el régimen fiscal porque significa renunciar de antemano a una de las mejores herramientas de la política pública para paliar la desigualdad. En cambio, bien por el fin de las exenciones y perdones fiscales.
También parece que tendremos que esperar otro sexenio para poder discutir el impuesto a las grandes fortunas, que ha hecho florecer la filantropía en Estados Unidos y Europa. Evadir esas discusiones es solo trasladar a la siguiente generación la desigualdad y reproducir las estructuras que la perpetúan.
Que no se olvide que ocupamos la posición número 107 (de 125) entre los países más desiguales del mundo según datos del Banco Mundial.
Que no se nos olvide que venimos luchando desde hace tiempo y seguiremos luchando, como dice una amiga, hasta que la dignidad se haga costumbre.
¡Adiós, 2019! ¡Feliz Año Nuevo!
hector.zamarron@milenio.com
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