Cada culé tiene su opinión. Unos pensaban que
Xavi debería seguir en el cargo y otros que no. Para unos, la Liga ganada sin
Messi, el proyecto en construcción y la apuesta clara, firme y convincente por
Lamine Yamal,
Cubarsí y
Fermín hacían a
Xavi merecedor de seguir en el banquillo. Para otros, el fútbol del Barça no crece, aburre y sigue sin ser competitivo en las grandes citas y, por ello, consideran que otro entrenador sacaría mejor rendimiento de una plantilla acomodadísima. Más aún, si el propio
Xavi había decidido irse y el Club se ahorraba el año de contrato en vigor. O seguimos o adiós muy buenas. Al final, sin embargo, quien decide el entrenador del Barça es solo uno: el Presidente. Y
Joan Laporta, a pesar de la opinión de la gran mayoría de sus directivos, quiso que el entrenador que dimitió en enero cumpliera su contrato hasta junio de 2025. Y lo anunció, satisfecho, a bombo y platillo el 25 de abril. No ha pasado ni un mes. A 22 de mayo,
Laporta no solo se ha comido todas sus palabras de esa rueda de prensa de emociones, parabienes y mentirijillas, sino que ha sumergido el Barça en una crisis descomunal. Y desconocida, porque esta escena de querer cargarse el entrenador un mes después de reficharle todavía no había sucedido en 125 años de historia. Por muy mal que al Presidente le supiera la derrota en Girona (4-2) y por más que se decepcionase escuchando a
Xavi admitiendo, bendita perogrullada, que la situación económica del Club no permite fichar todo lo que se necesita, el maltrato al entrenador no tiene explicación alguna.
Laporta y
Xavi parecían un tándem que iban siempre a la una. Los elogios eran de ida y vuelta pero, desde el miércoles pasado, el Presidente está esquivando al entrenador de una forma indigna. Solo los whatsapps de cortesía para felicitar la victoria en Almería, la visitita a
Xavi en Montjuïc tras certificar la consecución de la segunda plaza y basta. El silencio de los corderos. La conversación pendiente o la explicación por todo el revuelo creado desde el viernes, cuando
Miguel Rico y
Jordi Basté contaron la primicia de que
Laporta se iba a cargar a
Xavi, sigue sin producirse. Esto es mucho más que hacer la cobra, es un desprecio sangrante. Una especie de incomprensible castigo que, como se escuchó en Montjuïc con un
Xavi aclamado, puede tener consecuencias para un palco cada vez más nervioso. Tratar a
Xavi como si de un
Setién cualquiera se tratara, no tiene nombre. ¿Es capaz de hacerlo? Si sacó a
Messi llorando del Barça, si echó a
Koeman por la puerta de atrás, también se atreverá a pisotear a
Xavi. Alentado por asesores que quieren al Barça, pero se quieren mucho más a sí mismos, se puede completar el particular hat-trick presidencial: cargarse al mejor de todos los tiempos, al autor del gol más importante y a la leyenda catalana de nuestra historia. Llegados a este punto de humillación, es muy difícil que
Xavi pueda seguir y llegar a la pretemporada. Minarle la credibilidad y los galones es el gran autogol que el Barça se ha metido esta primavera. Lo ha marcado
Laporta, solito, sin ningún rival en el área. La culpa no es de Madrid.
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